¿La última guerra?

Iván Ramírez Suárez

Ojalá en Colombia los problemas políticos, económicos, sociales y militares giraran conforme a la pedagogía mockusiana, de nuevo en boga gracias al apadrinamiento táctico que de ella hace el actual alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa.

A la nueva pareja política le parece fácil inyectar cultura ciudadana al proceso de desmovilización de las organizaciones armadas adelantado por el presidente Juan Manuel Santos y promueven ahora mensajes directos y subliminales que propugnan porque en nuestro país se libre “la última batalla”, pero que sea a almohadazos.

Parecen emular el famoso juego de Micky Mouse desatado tras una piyamada o quieren hacer algo parecido a la “tomatina” española que se realiza cada año en el mes de agosto en Buñol, municipio de Valencia, y que les da la oportunidad a los participantes para agredirse unos a otros, simbólicamente, con tomates pichos o maduros.

Qué lejos está de nuestra realidad este deseo mocku-peñalosista y que hace presencia en el imaginario colectivo de todos los colombianos, girando como péndulo entre la utopía y la deseada realidad.

Es una repetitiva faceta, surgida desde el mismo hecho histórico que nos dio la independencia de España en 1819. Porque la liberación del yugo español dejó una sociedad conservadurista organizada y regentada por la iglesia Católica, las Fuerzas Militares y los terratenientes, mientras al otro extremo empezaba a surgir un sector mercantilista, profesional independiente y artesanal que se inspiraba en las ideas renovadoras del liberalismo económico y social y que luchaba por las reivindicaciones sociales, económicas y políticas que ya mostraba positivos resultados en Europa y Estados Unidos.

Producto del enfrentamiento desigual entre estas dos corrientes, nuestros abuelos fueron nueve veces a la guerra durante el siglo XIX, discutiendo las bondades o amarguras que traían los modelos políticos centralista y federalista, aupados por cada una de las fuerzas en conflicto y con intereses económicos y sociales heredados desde la Colonia quedando una historia por reconstruir de decenas de millares de muertos.

Los siglos XX y XXI no han hecho algo más que repetir la misma historia, la misma confrontación, el mismo enfrentamiento entre privilegiados y sectores sociales marginados. Con coyunturas políticas y sociales históricamente diferentes, siempre entre un sector conservadurista y otro que busca lo que los teóricos han dado en llamar “la Justicia Social”.

Por eso, hablar de la “última guerra” tras la desmovilización de un importante sector armado, suena de nuevo a utopía. Porque las reivindicaciones que han generado la lucha, desde sus inicios, siguen aplazadas. Sobrevendrán cambios políticos y maquillajes económicos y sociales, pero la propiedad de la tierra, la captura delincuencial del Estado, el monopolio de la economía y la riqueza nacional, así como la segregación política y social, no terminará con la desmovilización o las reformas del postconflicto que dicen prometer y hay que ver en su realización.

Y mientras estas necesarias reformas estructurales no se produzcan, sigan aplazándose, siempre habrá actores sociales que lucharán por ellas, bajo la lógica oposición política y arnada de quienes por ser privilegiados históricos seguirán decostruyendo un deseo y anhelo de muy difícil implementación.

Vendrán desmovilizaciones, pero aplazaremos la paz.

¡Ojalá sea, por muy corto tiempo!

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