Mundos descubiertos

Por fortuna la lectura nos abre el mundo, algo que se pierden aquellos a quienes no les gusta leer o para quienes cualquier pretexto es bueno para evitar asomarse a un libro.

Pero es tan maravilloso recorrer tierras lejanas, desconocidas y a veces imposibles de conocer físicamente, que muchas veces agradecemos al autor que nos lleve de la mano por sus realidades.

Qué emocionante es descubrir actitudes, gustos y costumbres a través de personajes que muchas veces se nos parecen a los que saludamos a diario en nuestra cotidianidad, o nos asombran por sus diferencias con nuestras creencias y valores humanos.


Por ejemplo, agradezco a Mo Yan haber haberme dado a conocer ese mundo legendario, tan diferente al nuestro como la cultura china, haber vivido a lo largo de sus páginas con personas comunes y corrientes que han palpado la miseria más absoluta, la crueldad y la demencia, tan diferentes y al mismo tiempo tan parecidas a muchas que en nuestra civilización occidental se nos antojan primitivas.


Primitivas, claro, como tantas escenas memorables y tantos personajes execrables que transcurren frente a nuestros ojos en la novela “La serpiente sin ojos” de William Ospina.

Y uno no se alcanza a imaginar tanta crueldad, tanto morbo por la sangre y tanta ambición por el oro y el dinero como aquellos que fueran motor de la Conquista.

Tantos muertos para crear un mundo.

Nada diferente a hoy, cuando se mata con igual insania y peor crueldad por el dominio de la tierra y, en definitiva, por el poder, sin ningún rasgo de humanidad, sin ninguna creatividad para la subsistencia. Pueblos impedidos para la acción con el poder de las limosnas y de la falsa política.


Y pensar que nosotros les hacemos monumentos a quienes nos cercenaron hasta los sueños, desdibujaron el universo de nuestros ideales y bañaron de sangre nuestras realidades con cada una de sus conquistas.


Y de ese mundo tan antiguo, casi inverosímil, y de ese país construido desde las lágrimas y el sacrificio, de esas luchas políticas, desembocar en un drama humano, muy personal quizá, como la vida de un escritor empotrado en Nueva York, en la novela “La noche del oráculo”, de Paul Auster.

Y uno recorre vívidamente las calles de la llamada capital del mundo, y se mete en la vida y el apartamento del escritor, vive su drama amoroso, sus luchas interiores en pos de la escritura de un libro y, en definitiva, descubre en toda su dimensión la insoportable miseria humana.

¿No es acaso esa maravillosa experiencia de viajar por el mundo el regalo que nos proporciona la lectura?


Claro que lo es. Bienaventurados los que leen porque de ellos será el reino eterno del conocimiento.



Credito
BENHUR SÁNCHEZ SUÁREZ

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