El libro de Andrés Francel

Gran aporte al conocimiento de la cultura de Ibagué es la publicación del libro “Cuatro décadas de arquitectura ibaguereña (1904-1940)”, investigado y escrito por el arquitecto Andrés Francel, y publicado por la Universidad de Ibagué.

Todo aquello que contribuya a la reconstrucción de nuestras raíces como seres humanos actuantes en la ciudad se transforma en una valiosa base de conocimientos sin la cual ni la ciudad ni nosotros tendríamos una razón de ser, un sentido existencial concreto.

Lo que nos propone Andrés Francel en su libro es hacer una lectura distinta de la ciudad, otra forma de apropiarnos de un entorno cultural que se ha transformado vertiginosamente y cuya falta de asidero, precisamente por la falta de conocimientos, nos convierte en desarraigados, ya del tiempo, ya del espacio que habitamos, porque no sabemos a ciencia cierta en dónde estamos parados.

¿Somos, acaso, aves de paso, como siempre se ha dicho, que no aprendemos a amar la ciudad porque actuamos como si no nos perteneciera?

Esas señales de identidad de la ciudad, que están latentes en los sonidos, los espacios visuales, los aromas, los movimientos y las palabras, se tornan trascendentes cuando desaparecen, corroborando aquel dicho popular según el cual “nadie sabe el valor de lo que tiene hasta que lo pierde”.

Pues el libro nos ayuda a esa apropiación contándonos en forma amena su desarrollo durante cuatro décadas vitales en la historia del país: la primera mitad del siglo XX. 

Hay, a mi entender, un significado ambiguo en el título: cuando yo digo arquitectura ibaguereña hago referencia a unos estilos propios producidos por la ciudad en distinto tiempo. En cambio, cuando yo expreso arquitectura en Ibagué, aludo a lo que se ha hecho en arquitectura en la ciudad aunque no sea seña de su identidad. 

Entonces el título pareciera aludir a las soluciones arquitectónicas surgidas en nuestro entorno, que no las hay, porque, como lo demuestra el libro con solvencia académica, cada una de las utilizadas en la ciudad son adaptaciones e imitaciones de otros espacios y otros centros urbanísticos.

Salvo las chozas y los bohíos de los primitivos pobladores, sólo nos los imaginamos, todo ha sido un trasplantar a nuestro entorno las soluciones a los espacios habitacionales y públicos desarrollados en otras latitudes. Situación propia de la colonización y del mestizaje. 

Esta ambigüedad, sin embargo, no mengua la importancia del libro. Es, con todos los honores que se merece por ser pionera, una investigación reveladora que merece todos los aplausos.

Divulgado el libro, ojalá sirva para que los ibaguereños tomen conciencia de la necesidad de preservar el patrimonio arquitectónico de la ciudad para lograr ese arraigo que puede traducirse en una ciudad más amable, incluyente y progresista.

Credito
BENHUR SÁNCHEZ SUÁREZ

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