Comparaciones odiosas

Dos libros me conmovieron por su carga humana y por el drama que contienen. En ambos casos se trata de la muerte de un hijo, muertes que suceden en Estados Unidos, de padres colombianos, y en los dos, también, la alta calidad narrativa con que son desarrollados.

Ya podrán imaginarse ese dolor que contiene cada uno, el más terrible que puede sentir un ser humano: la muerte de un hijo. Lo natural y lógico es que los progenitores se vayan primero, después de formar a sus hijos para la vida. Y ellos reciclarán el orden y así hasta que el mundo deje de ser mundo. El rompimiento de este orden natural es dramático e indefinible.

Sus autores saben comunicar esa angustia que atraviesa la vida real y se queda en sus páginas como un tributo al ser querido desaparecido. Y cada lector siente como suyo el dolor contenido que va desenvolviéndose a medida que el escritor es testigo del proceso que culmina en el adiós definitivo.

El primero es una novela, “La luz difícil”, de Tomás González. El segundo es un testimonio literario, si me permiten llamarlo así, “Lo que no tiene nombre”, de Piedad Bonnett, de reciente aparición.

Hago la comparación, que siempre son odiosas, entre uno y otro, porque hay en los dos una gran sencillez en el tratamiento, lo que las hace notables frente a la ampulosidad fingida de tantos otros libros, un lenguaje mesurado, preciso, y unas imágenes que nos atrapan sin llevarnos a sentimentalismos innecesarios.

La novela, por su característica ficcional, tiene una estructura diversa que le permite a su autor ir y venir en el tiempo. Tomás González sabe explorar las emociones sin dejar que los sentimientos desborden la intención narrativa.

Piedad Bonnett, aunque su narración es cronológica, se concede empezar por el final y desde el hecho cumplido va desenvolviendo la madeja de la historia. Esto, tal vez, le evita la espectacularidad de un hecho sorpresivo y le ayuda a manejar con serenidad contenida el cúmulo de acontecimientos que, uno a uno, son angustia y dolor, firmeza y miedo.

Dice la poeta, premio nacional de poesía y premio Casa de América en España, cuando se justifica así misma sobre la escritura de este libro: “Porque aunque envidio a los que pueden hacer literatura con dramas ajenos, yo sólo puedo alimentarme de mis propias entrañas” (p. 126).

Algunos han negado el valor literario de esta obra por el peligro que encierra rondar los límites de la explotación del sentimentalismo. Pero la autora, a mi juicio, trata el tema con grandeza sin descuidar el arte de la palabra. Además, está en su derecho de escribirlo.

Por su vertiginosidad, su brevedad conmovedora, los dos libros me parecen un testimonio perdurable.

Credito
BENHUR SÁNCHEZ SUÁREZ

Comentarios