Se nos agotó el vocabulario

Benhur Sánchez Suárez

Ya no nos quedan palabras para calificar la conducta reprochable de los funcionarios de la justicia, los representantes del poder público, los ex de toda laya, los banqueros, los industriales, los comerciantes, los terratenientes, y cuanto diablo ha tenido un poco de autoridad en este infierno que llamamos patria.

Les hemos dicho de todo. En los ríos de tinta de periódicos y revistas, en los mares insondables de los signos que se pasean por la vida digital, en corrillos de esquinas y tabernas, en las calles que no tienen la culpa de conducir por sus huecos la nación asqueada, hasta en familia, los hemos marcado con el negro indicativo del desprecio, del rencor y acaso de la envidia.

Para su vistosa desgracia, los hemos erigido en paradigmas y con el argumento de no repetir conductas los hemos elevado al pedestal de los héroes de la patria.

A mayor asesino más pantalla y más páginas.

A mayor ladrón más reportajes y más libros.

Pobre y adormecida patria.

Han comprado todo. Para que su cinismo sea más ostentoso, han comprado edificios y conciencias, fincas y opiniones, virtuosas damas y reinas de pacotilla. Han reclutado humildes ciervos. Y han encantado habilidosamente la conciencia de los ignorantes para reinar en su guarida con la paz que venden como canto de sirena.

Y nada pasa. ¿Qué puede pasar en el pueblo más feliz del mundo?

La carga semántica de la escatología nacional ha caído sobre tanto ilustre degenerado que ya sin ningún pudor y con el cinismo de las bestias alardea de sus conquistas, de sus descalabros, de su poder y su arrogancia (muy habilidosos porque para nosotros son descalabros, pero para ellos son dichas forradas en oro y papel moneda con las que se burlan de nuestra ingenuidad de baluartes de la democracia más antigua del continente).

Ya no quedan improperios merecidos.

Aunque quisiéramos agregarles más adjetivos, que al menos demuestren nuestro inconformismo, debemos decir, con todo el dolor y la rabia que nos producen sus conductas, que el vocabulario se nos ha agotado y ya no sabemos qué habrá más allá de la desgracia, del hambre, de la miseria que ahora adornan con salarios mínimos para posar de prosperidad y de riqueza.

País de mentira. País fantasma.

País de bellezas inimaginables donde sus hijos fallecen de desnutrición y de indolencia.

Tal vez la indignación logre restablecer un mínimo de decoro antes de que el estallido se haga presente, como en tantos intentos a los que asistimos cuando los ciudadanos buscan justicia por su propia mano frente la impotencia y la burla de tanto delincuente sin castigo.

Y cuando el vocabulario de agota, lo peor está por venir.

Ojalá no lleguemos a la indiferencia total.

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