Ojo engañado, pero feliz

Benhur Sánchez Suárez

Jesús Rafael Soto (1923-2005) fue con Carlos Cruz-Diez (1923), Alejandro Otero (1921-1990), Julio LeParc (1928), Víctor Vasarely (1908-1997) y Omar Rayo (1928-2010), el artista que más influyó en el arte latinoamericano con la consolidación de un movimiento que nuestro continente aportó al arte universal: el cinetismo.

Hijo del cubismo y del arte geométrico, el arte cinético buscó con eficacia introducir en la obra el movimiento, inicialmente desde las ilusiones ópticas en las obras bidimensionales y posteriormente en las tres dimensiones con la escultura y los objetos artísticos.

No conocía seguidores en nuestro tiempo del arte cinético, quizás porque de los objetos manipulables en los que el espectador se compenetra con la obra (como los móviles de Alexander Calder o los penetrables de Soto) se pasó a las instalaciones más actuales, lo cual significó sacrificar la búsqueda estética por el ritual inasible del concepto.

Pero Danny Esquenazi, artista bogotano, de quien el Museo de Arte del Tolima presenta en la actualidad una muestra de su obra, nos descubre un cinetismo en tres dimensiones que nos acerca al movimiento de las formas, el cual sugiere muchas cosas pero, principalmente, su gusto exquisito por el color y la exactitud y el universo que se transforma a través de la mirada.

Acompañan este goce visual la obra de cuatro artistas tolimenses nuevos que irrumpen en el escenario del arte del Tolima. Son ellos Luis Fernando Bautista, John Jairo Castro, Diego Fernando Céspedes y Mario Alexánder Rodríguez.

Son diversos los planteamientos que nos ofrecen estos artistas, nacidos del taller del maestro Jesús Niño Botía (q.e.p.d.), a quienes une el gusto por la pintura, esa escuela que suplió en muchos aspectos la falta de la Academia.

En primer término la materia, despojada de toda referencia utilitaria como el caso de John Jairo Castro, que recoge visualmente objetos cotidianos para elaborar unas composiciones que van más allá de los objetos mismos para crear escenas, bodegones, que refrescan el ambiente visual y con las cuales el espectador se siente identificado.

Es, por supuesto, una obra en marcha. Por eso los aparentes retratos modifican el placer estético de perpetuar personajes por el de dejar entrever una sociedad en movimiento, como en los lienzos de Luis Fernando Bautista, o el del surrealismo de Diego Fernando Céspedes, que también se recrea con los espacios oníricos del hombre, o las grandes áreas sombrías de Mario Alexander Rodríguez en las que hace visibles los acontecimientos cotidianos de la sociedad en que vive.

Es una gran alegría constatar la presencia de estos nuevos nombres en el panorama del arte, una función que el Museo ha de cumplir siempre como entidad dinámica y activa en la cultura de nuestra región.

Por los contrastes, son exposiciones dignas de admirarse.

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