Los inermes

Benhur Sánchez Suárez

Somos la generación de los inermes. Sólo en la época primitiva habíamos estado, como hoy, expuestos a diversos e inusitados peligros que comprometían, por lo general, la vida.

Siempre ha sido una lucha tenaz por la supervivencia.

Hoy, esta lucha es peor, por decir lo menos. Ya no nos enfrentamos a la naturaleza cambiante, que nosotros mismos hemos ido deteriorando por nuestros malos usos, sino a ese monstruo impredecible que es el animal humano.

Todo lo que el hombre ha inventado para su bienestar es al mismo tiempo su desgracia. Los grandes avances de la ciencia se devuelven contra la humanidad como si el objetivo fuera la destrucción de la naturaleza y la eliminación del ser humano sobre la tierra.

Tal vez el eufemismo de la selva de cemento sea verdad. Ya no es la selva de infinitos verdes, acechada por terrores prehistóricos, por seres cavernarios y depredadores, sino el entramado demencial de cemento que cubre toda posibilidad de verde, construido para que las máquinas demuestren el ingenio humano, pero en contra de su propio ser.

Por eso salir hoy a la calle es casi un acto suicida. Nos descompone la contaminación auditiva, nos agobia el bombardeo de imágenes que el consumismo crea para hacernos herederos de productos innecesarios, caminamos con el agobiante sentimiento del peligro.

¿Esto es vida? Y, lo peor, cientos de primitivos, cavernarios, montados en máquinas depredadoras, se lanzan a las calles llevándose por delante hasta la dignidad de los peatones. Las víctimas, en la que debe ser el símbolo del progreso, la ciudad, son incontables. Sobrepasan cualquier límite de cordura.

Usted puede morir en cualquier momento, atropellado por un vehículo, por un atraco, por una bala perdida, víctima del insaciable individualismo, la intolerancia y el arribismo social, que borra la sana convivencia y el usufructo de los bienes públicos, que son de todos.

Lo poco que quedaba de espacio para disfrutar la ciudad, los andenes, están atiborrados por carros, motocicletas, bicicletas y carromatos de toda laya. El peatón debe aventurarse por la calle a merced de autómatas, similares a trogloditas prehistóricos, que pasan a toda velocidad y ponen en peligro la vida de los transeúntes.

Estamos abandonados frente a tanto desvarío. Por eso digo que somos la sociedad de los inermes. Hordas de bandidos se toman las casas, armados hasta los dientes, y no podemos hacer nada.

Cada quien se cree dios en su circunstancia y la vida queda reducida al azar. No hay quien nos salve. ¿A quién acudir si las autoridades son deshonestas, corruptas, y sólo tienen la religión del dinero como fortaleza contra el mal?

Estamos inermes frente a la ambición de un gobierno sin moral, sin ética, sin dignidad. ¿Quién nos salvará de la desgracia?

Comentarios