Época de reflexión

Benhur Sánchez Suárez

Estos días, que entre jolgorio y jolgorio se prestan para la reflexión o para dedicarle tiempo a la familia, a la lectura o a viajar, siento que hemos vivido una década perdida.

Hemos sido manipulados hasta la saciedad. Nuestra realidad es otra a la que nos han inoculado en los medios con la tergiversación de los hechos. Ya no sabemos distinguir entre el bien y el mal, entre autoridad y violencia, entre amor y odio, entre tragedia y paz.

Debemos sacudir el espíritu para encontrar la verdadera dimensión de lo que acontece.

En este orden de ideas, es bueno retomar reflexiones que nos ayuden a entender en qué momento de la historia estamos parados y quiénes son los que nos manipulan. Por eso transcribo una nota de Jorge Alirio Ríos Osorio (periodista, historiador y poeta, conocido en la literatura como Jonathan de la Sierra), quien hace estas oportunas precisiones:

“Dentro de la negociación de paz, las curules las solicitaron las víctimas y no las Farc. Esto está debidamente documentado. Este derecho de las víctimas hace parte del texto del Acuerdo de Paz que ya fue aprobado por el Congreso y por la Corte Constitucional. Como para el incremento de curules había que aprobar una reforma, ese fue el proyecto que se debatió y que obtuvo la mayoría de votos para su aprobación, como se ha establecido, pero que el secretario del Senado tergiversó mediante una irregularidad. Otra aclaración: Los enemigos de la paz inventaron la falacia de que esas l6 curules son para las Farc, afirmación ésta que constituye un insulto y una revictimización al tratar de hacer aparecer a las víctimas como cómplices de sus propios victimarios. Esa calumnia es un agravio sin nombre. Y como se cometió una irregularidad e inclusive un delito al adulterar el cuórum real del Senado, el Gobierno, que está obligado a cumplir el Proceso de Paz, ha tenido que recurrir a los jueces de la República para enmendar esa injusticia. El Congreso sí es autónomo, pero no absoluto. Porque sí por encima de él no hubiera ninguna autoridad, entonces estaríamos en presencia de una dictadura parlamentaría. Me preocupa, en grado sumo, que le hayan salido tantos defensores de oficio a un congreso que, con excepción de una minoría de parlamentarios decentes, es una vergüenza para el país. Jamás imaginé que los campesinos, víctimas de largos e inenarrables sufrimientos, violencia, olvido y despojo, tuvieran tantos enemigos gratuitos que se han puesto de parte de quienes pretenden negarles el derecho a una representación política como parte de la reparación por la tragedia que han soportado durante varias generaciones”.

¿Cuántas más tergiversaciones tendremos que soportar, ahora que arranca en firme la insoportable época de las campañas y las elecciones?

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