Gracias, paisano

Benhur Sánchez Suárez

Ya no lloro. Lentamente las horas vuelven a la normalidad. Ya la tristeza cede y allana el espacio del sosiego donde quizá la nostalgia sea el toque que perpetúe tu imagen ligada a tu guitarra, difuminando en el aire la potencia de tu voz.

Y se decanta la ideología de tus composiciones, se analizan mejor y trascienden los momentos del gozo para quedarse como una identidad precisa de paisaje y ser humano, ahora de leyenda.

A montones acuden al recuerdo poses lejanas, ya desdibujadas, y tertulias donde, ayer nomás, tu voz y tus sueños se mezclaban para darnos la saciedad espiritual.

Gracias, paisano. Gracias Rodrigo Silva.

Recuerdo que empecé a escucharte con Álvaro Villalba, tu compañero permanente, en los predios del Club Campestre en Neiva. Aún no ofrecía piscina olímpica ni campo de golf y quienes amamos la naturaleza acudíamos a él por la piscina natural que formaba una quebrada bajo frondosos árboles, a unos pocos metros de la sede social.

Dispersos entre palmeras había parlantes que elevaban la música de un equipo central del bar y eran tu voz y la de Álvaro las que afianzaban el paisaje y el sentir de una región que asaba su desidia

bajo el calor inclemente de la tarde.

En esas horas, comenzaste a quedarte en mi corazón.

Corrían los primeros años de la década de los setenta y con tu dueto tuve oportunidad de compartir algunas tertulias musicales en Neiva y Bogotá. Tú y Álvaro cantaban principalmente las composiciones de Jorge Villamil, pues él te había escogido para que fueras con tu dueto la voz de sus creaciones. También escuché sentidas composiciones que se quedaron en mi memoria y que sólo hoy, invadido por la necesidad de volver a escucharte, descubro que eran obras tuyas.

En estos veinte años de mi vida en Ibagué, fueron numerosas las tertulias en las que compartí contigo la magia de tu voz y la fuerza de tus letras, gracias a Carlos Orlando, tu amigo incomparable, en su refugio fraterno.

Tú me decías “viejito” y, claro, entiendo que ahora “el viejo soy yo”, cuando no acepto que te hayas ido, cuando quiero que sigas manejando mi nostalgia del terruño, con los quedos reclamos y el despecho de quien ha amado y ha tenido que empacar para seguir luchando contra la ingratitud y el miedo.

Estas noches, después de que te fuiste, he necesitado escucharte. Al lado de Chopin y Boccherini, Lizt y Biber, Mozart y Blavet, Barber y Beethoven, está tu música, unos CD que conservaré por siempre.

Ya no es nostalgia, Rodrigo, es la alegría de saberte eterno y así cambien los soportes tecnológicos, saber que estarás presto a enarbolar la guitarra para devolvernos al país de lo que somos.

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