El violinista

Benhur Sánchez Suárez

En mi corta vida (setenta y dos años no más) no había visto y escuchado un violinista tan maravilloso como el que se presentó en la sala Alberto Castilla, del Conservatorio del Tolima, el pasado sábado 14 de octubre.

Qué experiencia tan enriquecedora tener al frente a Benjamín Blake, artista neozelandés, pues su virtuosismo fue tal que me cautivó por completo, así como al numeroso auditorio que se dio cita por la invitación de la Alcaldía de Ibagué y la institución musical, dentro de la variada programación con la cual se festejaron los 468 años de la ciudad de Ibagué.

Dos puntos notables: su maestría en el manejo del instrumento y su expresión corporal con la que transmite la emoción con que acomete la interpretación de las obras que conforman su presentación. Es una compenetración que pocas veces se logra visibilizar en una interpretación pública.

Su dominio del violín es asombroso. Logra conformar sonidos no sólo de la mano que conduce el arco sino de los dedos que marcan la nota de las cuerdas produciendo un efecto maravilloso.

Complemento perfecto para el violinista fue Daniel Lebhardt, húngaro, pianista de reconocidos méritos a pesar de su juventud. Premiado internacionalmente por su virtuosismo conforma con Blake un dúo sensacional.

Su interpretación de las sonatas para violín y piano de W.A. Mozart (Do mayor, K. 303/293c) y Francis Poulenc (F. 119) fue sencillamente admirable.

No oculto que, para mi gusto (aunque con escasos conocimientos musicales), estos conjuntos de formato pequeño son los de mi predilección. Incluso cuartetos o quintetos. Y que la sonata es el género que más me llena de reminiscencias y ocultas satisfacciones, esas que sólo el arte puede transmitirle al ser humano.

Ambos artistas, miembros del YCA (Young Concert Artists), respondieron al llamado de la Fundación Salvi, que inaugura en Ibagué la Cátedra Salvi de Música de Cámara consistente en clases magistrales sobre algunos instrumentos y un taller de lutería con el que se capacita en mantenimiento básico, limpieza y atención de emergencias de instrumentos de viento sinfónico y cuerdas frotadas a estudiantes y músicos de la ciudad.

El concierto tuvo como epílogo la presentación, también de calidades extraordinarias, del Cuarteto Colombiano cuyo repertorio revive en el público la majestad de la música colombiana, concentrada en bambucos, pasillos, danzas y torbellinos. Según el folleto repartido antes del concierto, las obras interpretadas son una relectura del repertorio de música tradicional andina colombiana, compuestas en el pasado siglo.

Espero que conciertos como este se repitan y, sobre todo, que yo tenga la edad y la lucidez suficientes para disfrutarlos. Es el mejor premio que puede esperar Ibagué, que seguirá cumpliendo años, y puedo aspirar yo en la maravillosa conjunción del tiempo y el espacio.

Comentarios