Mi generación y el narcotráfico

Mi generación ha visto nacer, crecer y reproducirse al narcotráfico y, lamentablemente, parece que su fin no se vislumbra.
Mi generación ha constatado con perplejidad e indolencia la capacidad del narcotráfico de envilecer un sinnúmero de instituciones: los reinados de bellezas, los equipos de fútbol, en aislados pero no pocos casos, miembros de las fuerzas militares y de policía, representantes

El narcotráfico ha logrado en varios sectores sociales envilecer la cultura del emprendimiento y ha impuesto la cultura del atajo. El narcotráfico ha impuesto la lógica del precio, enterrando la lógica del verdadero valor de las cosas y, sobre todo, de la dignidad humana.

Si alguna vez tuvo moral revolucionaria la guerrilla colombiana, hoy sus líderes no son más que obsecuentes y serviles agentes del narcotráfico y lejos están de tener algún ideario social o propuesta para un mejor país. Si en algún momento hubiese sido explicable, que nunca justificable,  el paramilitarismo como práctica contrainsurgente, su nacimiento en medio de los pañales y mimos del narcotráfico le quita cualquier posibilidad de defensa y, por el contrario, impone su inocultable fetidez.

Mi generación vio impotente los asesinatos de Rodrigo Lara Bonilla y Luis Carlos Galán por la denuncia profética que éstos hicieran  de la amenaza que para la democracia revestía el atrabiliario y creciente poder del narcotráfico. Proponían no caer en los servilismos que aún impone el poder del narcotráfico, que a tantos ha conquistado. Mi generación y mis paisanos tolimenses vimos con dolor como los devaneos y amistades con líderes del narcotráfico apagaron la que por allá en los años 70 y 80 se vislumbraba como una de las más refulgentes inteligencias nacidas en nuestra tierra y con proyección nacional. Hoy Alberto Santofimio Botero está condenado por la justicia colombiana a terminar su vida en la cárcel por el asesinato de Galán y ya sólo le queda su propia consciencia como instancia de apelación.

Mi generación, que vio nacer la Constitución del 91, también sabe que en ésta la extradición no fue aprobada y no se sabe aún si fue un acto de soberanía y valor de los constituyentes o una medrosa aprobación ante el poder terrorista de Escobar.  Mi generación vio el show del proceso 8.000 de infiltración de dineros del narcotráfico en una campaña presidencial, que a la postre llegaría a ser gobierno, y a cuyos miembros hoy un narcotraficante confeso acusa de complicidad con el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, versión a la que la familia del jefe conservador da credibilidad, y el país sigue en ascuas.

Personalmente, los primos con los que de niño compartía, murieron en medio de ajustes de cuentas entre bandas de narcotraficantes.
    Y la comunidad internacional sigue allí prepotente y apegada a un paradigma de lucha contra el narcotráfico que arroja magros resultados. Es menester liberar a las generaciones venideras de estos sacrificios inútiles. Otros valores y otras miradas son necesarios para sacar a Colombia de esta condena a tantos años de dolor.


Credito
ALFREDO SARMIENTO NARVÁEZ

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