¡Te escucho!

Hace casi 20 años, los reacios a permitir que los gobiernos anglosajones hurgaran en sus asuntos denunciaban, con la indignación apropiada, la existencia de una gigantesca red de espionaje electrónico llamado Echelon.

Hace casi 20 años, los reacios a permitir que los gobiernos anglosajones hurgaran en sus asuntos denunciaban, con la indignación apropiada, la existencia de una gigantesca red de espionaje electrónico llamado Echelon. En aquel entonces, se informó que el sistema operado por los Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda captaban miles de millones de comunicaciones telefónicas e informáticas todos los días, en busca de señales de actividades sospechosas. Luego de transcurrir algunas semanas, la tormenta mediática en torno de Echelon amainó al resignarse la gente a su presencia orwelliana. Huelga decir que el sistema siguió funcionando.

¿Por qué, pues, han motivado tanto desconcierto las “revelaciones” del joven Edward Snowden acerca del interés de la Agencia Nacional de Seguridad yanqui en recopilar una cantidad fenomenal de datos electrónicos de diverso tipo para entonces tratar de analizar los que podrían resultarle útiles?  Ya sabíamos que el ciberespacio está plagado de hackers capaces de apoderarse del contenido de cualquier adminículo informático ajeno, que empresas como Google y Apple se habían familiarizado con los detalles de nuestras finanzas, gustos y, es de suponer, opiniones personales, y que suelen usarlos con propósitos comerciales.

Así las cosas, sería realmente asombroso que los encargados de velar por la seguridad de sus países respectivos se abstuvieran de aprovechar la información que es tan fácilmente disponible. Puede que el programa “PUMA”, que funciona con la colaboración de empresas telefónicas del sector privado y la Fiscalia General de la Nación, sea el más sofisticado de su género para nosotros, pero habrá otros similares en países como Israel, China, Rusia y Japón, además de versiones acaso más rudimentarias en lugares menos desarrollados.

Que este sea el caso es, desde luego, alarmante, pero a menos que sean desmanteladas todas las extensas redes electrónicas que cubren el planeta y que tantos beneficios  han brindado, no habrá forma de prohibirlo. El propio Snowden señaló que, “sentado en mi escritorio, yo tenía facultades para intervenir el teléfono de cualquiera: usted, su contador, un juez federal, incluso el presidente si recibía un correo electrónico personal”. Pero no solo se trata de hombres como Snowden que están vinculados con empresas que trabajan para agencias gubernamentales. Miles, tal vez decenas de miles, de personas están en condiciones de hacer lo mismo. Tal y como están las cosas, con un mínimo de ingenio, virtualmente cualquiera puede acceder a secretos que otros preferirían mantener bien ocultos.

Credito
ROBERTO SHAVES-FORD

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