Un volcán en Europa (primera parte)

Robert Shaves Ford

A los dibujantes de Charlie Hebdo les hubiera parecido maravillosamente grotesca la idea de que, post mortem, serían celebrados como símbolos máximos de la cultura occidental. Contestatarios natos, en vida no tomaban nada en serio. Antes bien, se divertían mofándose de todo cuanto respetaban los demás. De haber sido otras las circunstancias, hoy en día estarían cubriendo de insultos a los políticos, funcionarios, diplomáticos, clérigos, empresarios y periodistas burgueses que, desde aquel fatídico miércoles, andan asegurándonos que “je suis Charlie”.

No les faltarían motivos. ¿Son Charlie los representantes de los regímenes de países como Rusia, Turquía, Argelia y Gabón, o la Autoridad Palestina que, muy sueltos de cuerpo, participaron la semana pasada de la cumbre callejera de París? Claro que no. ¿Son defensores férreos de la libertad de expresión sin límite alguno los millones de franceses y otros que llenaron las plazas de centenares de ciudades luego del asesinato de los humoristas de Charlie Hebdo? Tampoco. Acaso lo único que todos tenían en común era el temor a que Europa esté en vísperas de una confusa guerra civil religiosa como las que están ensangrentando Siria, Irak, Libia, Somalia, Nigeria, Afganistán y Pakistán.

Tienen miedo los judíos, blancos predilectos ellos de la furia islamista, los cristianos, agnósticos, ateos y, desde luego, musulmanes, de ahí la voluntad de tantos de afirmarse “Charlie”, aunque sólo fuera por unas horas. Sienten que Europa está deslizándose hacia una nueva época de guerras sin cuartel, matanzas, odio y traición en la que hasta los más conformistas correrán peligro. Parecería que el generoso “modelo” europeo está cayendo en pedazos bajo el peso de una combinación de cambios económicos, demográficos, tecnológicos, políticos y culturales cuyas consecuencias deberían haberse previsto a tiempo pero que la mayoría prefirió pasar por alto hasta que ya fuera demasiado tarde.

¿De dónde vienen las peores amenazas? Algunos dicen que de la “ultraderecha”, otros del islam militante, o tal vez de los dos que se alimentan mutuamente. Sea como fuere, el asesinato de los dibujantes, acompañado por una nueva atrocidad antisemita, la más reciente de muchas perpetradas últimamente por islamistas, ha asestado un golpe a la autoestima de aquellos europeos que imaginaban que su parte del mundo podría conservarse a salvo de la violencia que tantas muertes provocaba en el Oriente Medio y el Norte de África.

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