Líderes y poder...

Robert Shaves Ford

Los párpados se le hicieron pesados. Empezó a cabecear en la mitad del desfile presidido por el “amado líder”. Por momentos abría los ojos sobresaltado y se esforzaba en mantenerlos así, pero se le volvían a cerrar.

Varios corrieron a susurrarle al oído del “amado líder” que Hyon Yong-chol se durmió en pleno acto militar, durante un desfile en el que oficiales y soldados lloran de emoción al pasar frente al palco del obeso dictador, elevado a la categoría de deidad por el aparato de propaganda del régimen.

En la siguiente escena, Hyon Yong-chol, desprovisto de sus medallas militares, era fusilado ante los ojos del Kim Yong. No ejecutaron con fusiles, sino con una ZPU-4,una pieza de artilleria antiaerea que destroza el fuselaje de los aviones y los desintegra.

La caída y ejecución del poderoso ministro de Defensa norcoreano la relató el servicio de inteligencia de Corea del Sur; por lo que podría ser una patraña destinada a desprestigiar al hermético Estado que rige al norte del Paralelo 38.

En los últimos meses hizo fusilar a 15 miembros de la nomenclatura militar y van más de 70 desde que asumió el poder dinástico que creó su abuelo Kim Il-sung y él heredó de su padre Kim Jong-il. Es más, su primera decisión cuando asumió el mando fue hacer ejecutar a su tío, el mentor político de su liderazgo.

Desde el mismo palacio de Pyongyang se hizo correr el rumor de que el joven dictador hizo devorar a su tío por 120 perros feroces.

Eso hizo Iván IV Vasílievich con un poderoso noble que cuestionó su autoridad. La leyenda que se tejió en intramuros del Kremlin dice que el “primer zar de todas las Rusias” ofreció a la nobleza una pomposa cena en el palacio. Pero en la mitad del festín, robustos oprichniks (terrorífica guardia creada por el joven monarca) irrumpieron en el salón y tiraron al noble señor a una jauría hambrienta de mastines. El mensaje era claro: para quienes me apoyen, la confortable sombra del poder, y para quienes me enfrenten, los colmillos de los perros.

Iván IV no fue solo un tirano. Fue quien convirtió el Gran Ducado de Moscovia en Rusia y quien puso al nuevo Estado en expansión por los valles del Volga, conquistando Siberia, avanzando hacia los Urales y anexando los kanatos de Kazán y Aztrakán. Pero imponer la autoridad asesinando es, generalmente, el signo de paranoia criminal que caracteriza a los débiles. Muchos en ésta América morena han tenido esa paranoia. La sintió, Idi Amín. El sangriento dictador ugandés le añadía a cada crimen el rito tribal de comerse las vísceras del ejecutado.

Pero la paranoia criminal del joven tirano norcoreano envuelve a sus dos gigantescos vecinos. Rusia y China podrían acorralarlo para que caiga o, al menos, para deje de cometer brutalidades. Pero no lo hacen. Prefieren que ese régimen lunático siga impidiendo que un aliado de Washington que alberga bases norteamericanas, Corea del Sur, llegue a las fronteras chinas.

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