Pequeños errores de cálculo…

Robert Shaves Ford

Para los especialistas, una guerra entre Corea del Norte y Corea del Sur, con la participación de sus aliados chinos y estadounidenses, resulta indeseable. Y lo es por una razón: no le interesa a nadie. El régimen de Pyongyang desaparecería del mapa, Corea del Sur sufriría decenas de miles de muertos en los primeros momentos del conflicto, Washington tendría muchas bajas en las tropas que despliega en la frontera y China podría perder su actual statu quo en la zona.

La Historia del siglo XX está llena de conflictos improbables que comenzaron por un error de cálculo y acabaron alcanzando miles (o millones) de muertos. Un sólo disparo, el del nacionalista serbo-bosnio Gavrilo Princip contra el pecho del archiduque Francisco Fernando, heredero del imperio austrohúngaro, provocó una reacción en cadena.

Aquel atentado de Sarajevo puso en marcha una serie de maniobras diplomáticas que terminaron con la declaración de guerra de Austria-Hungría a Serbia en la llamada “crisis de julio” de 1914. En aquel momento se activaron todos los sistemas de alianzas: Rusia movilizó su ejército a favor de Serbia, Alemania hizo lo mismo por Austria y contra Rusia, Gran Bretaña y Francia se alinearon junto a Rusia y en contra del Kaiser. El resultado de aquel disparo en Sarajevo se convirtió en una carnicería de 14 millones de muertos y la caída de cuatro imperios: alemán, zarista, austrohúngaro y otomano.

La Historia nos enseña que la verborrea, las promesas exageradas o el populismo también acarrean nefastas consecuencias. Hitler no esperaba que su agresión a Polonia hiciera que Francia y Gran Bretaña le declararan la guerra. Algunos de los conflictos que han configurado nuestro mundo actual surgieron de cálculos equivocados sobre la acción-reacción de sus enemigos. Un ejemplo es la invasión de las Malvinas, un plan de la junta militar argentina para recuperar la soberanía de las islas, insuflar una buena dosis de nacionalismo en el país y tapar la desastrosa situación económica que atravesaba. El problema tenía nombre de mujer: Margaret Thatcher. La contundente respuesta británica, mal calculada por los argentinos, reconquistó las Malvinas y provocó el crecimiento de popularidad de la Dama de Hierro.

Otro error de cálculo que escaló a conflicto multinacional fue la guerra del Golfo. En 1990, Sadam Husein ordenó a su ejército cruzar la frontera con Kuwait para conquistar las riquezas del rico emirato petrolero. Husein creyó que EE.UU. no movilizaría su maquinaria de guerra por un país del tamaño de un frijol. Se equivocó.

Pero quizá el mejor ejemplo de un conflicto abierto creado por una situación inesperada fue la que implicó, precisamente, a las dos Coreas en 1950. No fueron un error de cálculo, sino dos, los que marcaron aquella guerra. En un contexto de gran tensión en el paralelo 38, línea divisoria trazada por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial para separar esta antigua posesión japonesa, el secretario de Estado Dean Acheson (un imbécil al igual que su presidente Truman) pronunció un discurso en Washington en el que aseguró que “Corea estaba fuera de cualquier plan para crear un perímetro de defensa en Asia”.

Kim Il-sung, abuelo del actual líder de Corea del Norte, interpretó de sus palabras que Washington jamás se movilizaría por una invasión de la península. Cinco meses después, invadió Corea del Sur. El primer error, aquel discurso equívoco, provocó el segundo, creer que EE.UU. no entraría en la guerra. Aquella interpretación equivocada costó cientos de miles de vidas, pero dejó la frontera donde estaba.

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