Corrupción e impunidad

Robert Shaves Ford

Una vez, irritado, Perón dijo que cuando los pueblos se cansan, “hacen tronar el escarmiento”. Podríamos traducir escarmiento por castigo ejemplar. Cuando ocurre, el escarmiento induce a quienes lo contemplan a experimentar en cabeza ajena el daño que sufrirían ellos mismos de cometer un entuerto. Su función, por lo tanto, es eminentemente preventiva o, si se quiere, educativa.

A la inversa, cuando a un delito no lo sucede un castigo ejemplar, cuando un crimen se queda huérfano del castigo que le correspondería, su orfandad puede inducir a otros a repetir el intento, con la esperanza de obtener otra vez la impunidad. Farc y bacrim son herederas de este pensamiento. Se habla mucho de corrupción, pero se habla menos de impunidad. Cuando hay corrupción, el transgresor tuerce el sentido de la ley en beneficio propio. Cuando hay impunidad, no recibe el castigo que le correspondería por haberlo hecho o por haberlo intentado.

Esta observación nos describe más que como “individuos” sueltos, librado cada cual, a su destino personal, como ciudadanos, como parte de una empresa colectiva. ¿Somos lo uno o lo otro? ¿Qué nos ata más a los demás? ¿Nuestra común condición de colombinos o nuestros lazos familiares o afectivos? Aquí palpita una tensión. Así se llega a una condición que no querríamos tener, pero que nos felicitamos por haber tenido: la guerra, que es una semilla cruel y al mismo tiempo generosa. Trajo, sin duda, sufrimientos pavorosos. Dejó, como herencia, el orgullo de haber participado en ella. Y también la decisión de no volver a ella ligeramente, a la primera oportunidad.

Si uno hace una “contabilidad”, sería un error en este balance. Ocurre, por lo pronto, que no hay un solo balance sino muchos, cada cual atado a una perspectiva generacional. Desde el momento que ganó varias veces en el pasado, Estados Unidos ha sido un país ganador. ¿Lo seguirá siendo? Y aquí irrumpe otra paradoja. ¿Quiénes somos? ¿Cuál es nuestra verdadera identidad? ¿Podemos aspirar a ser lo que en verdad somos si todavía no lo sabemos? El dilema de nuestra identidad, ¿cuándo se resolverá? ¿A través de qué combates? A lo mejor, el recurso, para responder a estos interrogantes, no es ganar o perder, sino lanzarse en demanda de una respuesta vital.

Si nos ponemos a examinar qué nos ha tocado a los colombianos en este reparto imaginario, no nos ha ido tan mal. Tenemos poco pasado. Tenemos un presente apenas incipiente. Somos en consecuencia casi todo futuro. Lo nuestro, recién está por comenzar. Así es como se irá articulando nuestro destino nacional. Para ser, las naciones nacen a su propio destino. Un destino único, singular. Una estrella más en el cielo de la historia. Sin agravios con los vecinos, sin forcejeos con los competidores. Como dijo el Papa, por algo nos tocó desempeñar este papel. Por algo y para algo. Para cumplir aquello en virtud de lo que los colombianos hemos nacido.

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