El fin del fin o el nacimiento de una dictadura

Con el triunfo reñido de Juan Manuel Santos, los colombianos acabamos de terminar una de las contiendas presidenciales más agresivas de los últimos 50 años.

Quizás desde los tristes años previos a la violencia en Colombia, documentada en el libro clásico de Orlando Fals Borda, Monseñor Germán Guzmán y Eduardo Umaña Luna, no habíamos visto tanta y tan irresponsable beligerancia política, difundida a escalofriante velocidad por los modernos medios masivos de comunicación y las llamadas redes sociales.

Cabe recordar que en 1953, los campos del Tolima y del Norte del Valle como otras regiones del país, estaban teñidos de rojo, por cuenta de la irracionalidad política. El 13 de junio de ese año, el país no soportó más la situación y se gestó una alianza entre el expresidente Mariano Ospina Pérez y el ejército para facilitar la asunción del dictador Gustavo Rojas Pinilla.

Pero, ante la gravedad del caos que vivía la Nación, políticos de todos las tendencias, como Gilberto Alzate Avendaño y Lucio Pabón Núñez, apoyaron este hecho que rompía la democracia colombiana del Siglo XX (exceptuando un discutido episodio de Rafael Reyes) en dos. Es por esto que el expresidente Darío Echandía calificó el golpe militar de Rojas como un “golpe de opinión”.

La solución antidemocrática funcionó al principio para aplacar la violencia, pero terminó costando las libertades democráticas. Cuatro años después ensayamos el experimento del ‘Frente Nacional’, para tratar de enderezar la democracia, sin que la violencia surgiera de nuevo. Al respecto, es importante recordar también como llegamos a gestar semejante aberración del ‘golpe de estado bueno’.

Si unos años atrás la gente del Tolima Grande, del antiguo Estado Soberano del Cauca, de los Llanos Orientales y los santanderes hubiera tomado la posición ética de decirles a sus dirigentes con claridad, en cuestiones de odios ‘no estamos ni con unos ni con otros’, no hubiéramos pasado por la violencia ni la consecuente dictadura.

Quizás el terror de las Farc nunca hubiera habría encontrado, poco después, un terreno tan abonado para las venganzas sociales más espantosas, que terminaron golpeándonos a todos.

Hoy, cuando el país parece tener oportunidad con Santos, nos guste o no, de acabar por fin ese siguiente capítulo de horror protagonizado por la guerrilla, los paramilitares y los narcos, no podemos volver a caer en las causas históricas de la violencia.

Dados la división de país, casi por mitades, de la reciente decisión democrática, necesitamos enterrar las lanzas y cerrar filas alrededor del presidente electo, en un pacto nacional por la paz y el desarrollo, al estilo de Suráfrica.

Pero también el gobierno electo debe, necesariamente, buscar el consenso social alrededor del deseo de paz de todos los colombianos. Ello no debería implicar el volver a la repartija frente nacionalista, madre de la cultura de corrupción actual, el único enemigo que debemos exterminar a como dé lugar.

Credito
GEORGE WALLIS

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