La bipolaridad y la ética

George Wallis

Una de las enfermedades mentales que marcan la cultura colombiana es la bipolaridad. La bipolaridad, según el psicoanalista Darian Leader, es la enfermedad mental de nuestro tiempo.

De alguna manera, todos los seres humanos alternamos entre estados de alegría y tristeza, pero quienes sufren esta patología mental, por razones diversas, lo hacen sencillamente de una forma mucho más extrema que las demás personas.

Hay procesos culturales, entre ellos el budismo, que llevan a mantener una mayor estabilidad en las emociones, enseñando a sus practicantes a buscar en la meditación, la paz interior guiada por unos sentimientos de compasión universal.

Hay sociedades de intelectuales, en las cuales se aprende, como en el budismo, a no prejuzgar, a observar, a concluir solo con la evidencia científica. Hay culturas, en fin, donde no son bien vistos los excesos de emotividad, ni en las celebraciones de alegría desbordada ni en los plañideros llantos de los velorios.

Pero hay sociedades como las latinoamericanas y en general en todos los países de religiosidad extrema, que predisponen a sus ciudadanos a la bipolaridad. En estas sociedades se aprende a dividir el mundo entre buenos y malos; quienes estuvieron de lado del bien (como la metáfora cristiana de Luzbel) hoy podrían ser demonios que aprendemos a maldecir. En estas sociedades se enseña a adorar el bien, entendiendo la adoración como la entrega total, la sumisión absoluta, de un ser a otro y también a combatir con odio el supuesto mal. Si uno lee el Antiguo Testamento –de la doctrina judeo-cristiana- encuentra muchos ejemplos de comunidades que fueron liquidadas a sangre y fuego, sobre las cuales cayó ‘la ira de Dios’, naturalmente por estar del lado del mal.

Y se pregunta uno como cónyuges que se ‘adoraban’, llegan a tratar con tanto odio en el transcurso de unos cuantos años a los padres de sus hijos, al antiguo sujeto de su ‘amor eterno’, sellado muchas veces por la fe. Y aparecen los antiguos seguidores de un caudillo que cautivó a la mayoría de una democracia y hoy es detestado a morir. Y, por supuesto detestamos la encarnación del mal, quien es reconocido por la sociedad que juzga su actuar criminal y lo despoja de su humanidad innata, para condenarlo al despiadado infierno eterno.

El tema es complejo, pero basta decir por ahora, que cuando dejamos la racionalidad a un lado, cuando dividimos el mundo entre ‘ángeles’ (con todos los derechos) y ‘demonios’ (sin ningún derecho humano y mucho menos a la honra y la intimidad), cruzamos el tenue límite de la enfermedad cultural para perdernos en el resbaladizo piso ético de los juicios despiadados y el linchamiento público. Ojo, periodistas, que la bipolaridad cultural no afecte nuestras bases éticas.

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