Vecinos de este mundo con billeteras escondidas en el paraíso

Muchas palabras se han escrito hasta el día de hoy sobre los ‘Panama Papers’ y ya hay suficiente información entre nosotros, habitantes de la ‘aldea global’, pero aun así no sobran las conclusiones.

La primera que se viene a mi mente es el común denominador que une a gente de todos los orígenes sociales y nacionales en este episodio. 

Aristócratas ingleses, mafiosos rusos, políticos islandeses, potentados latinoamericanos, narcotraficantes colombianos, nobeles literarios, y compatriotas cuasi-intachables, entre otros especímenes humanos. 

Todos, unidos por una ilusoria promesa de confidencialidad de un sistema que protegería su dinero. La ilusión, el miedo y la codicia que anida en cada corazón, aglutina las billeteras de seres de tan distinta condición en este paraíso fiscal.

Una pequeña minoría de esos ‘empresarios’ e inversionistas’  podrían tener razones incuestionables para esconder su dinero en Panamá u otros paraísos fiscales. Pero, la gran mayoría de ellos lo habrán hecho por turbias razones, alejadas del deseo del bien común de la humanidad. 

El ser humano, dicho sea de paso, está genéticamente acondicionado para mentir, para sacar provecho del engaño. Esto le permite someter y esclavizar a otros seres humanos, generalmente por el llamado arte de la política y amparado en la perversa lógica de la llamada ‘cosa nostra’. 

Dicha característica, del engaño, se opone a la esencia de espiritualidad humana, también innegable. Y este lado bueno del hombre se ve promovido culturalmente por una palabra rusa: el glásnost, que se puso de moda hace casi treinta años. ‘Glasnot’, que en ese idioma significa 'apertura', 'transparencia' o 'franqueza', es el nuevo orden mundial. Glasnot gracias a los Wikileaks, a los hackers y a otras consecuencias inatajables de la tecnología de las comunicaciones que hoy mueve al mundo y la política.

La inmensa mayoría de los inversionistas relacionados en los once millones de archivos de los Panama Papers, jugaron al engaño. Así logran continuar sus vidas en sus sociedades de origen, pero sin comprometerse enteramente con ellas, ni tampoco con el bien de la humanidad. 

En el caso de los colombianos, quizás entre ellos algunos tolimenses, seguimos atados a las comodidades de vivir en este país, disfrutar nuestras bellezas naturales y culturales, los privilegios en fin de ser suficientemente ricos para vivir acá y tener el dinero escondido allá.

Vivimos el paraíso en Colombia, pero no queremos asumir los costos. Con el sofisma de distracción de ‘la corrupción’ que se robaría los impuestos, muy posiblemente estas cuentas en Panamá no pagan impuestos en Colombia. 

Con igual subjetividad estos inversionistas se quejarán seguro de los altos impuestos, que hacen inviables los negocios en Colombia. Pero ahí siguen en negocios inviables, que nunca abandonan y que dejan utilidades de cien billones de dólares que ocultar.     

Credito
George Wallis

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