En las ciudades se acaba con la biodiversidad

En días pasados se celebró en el mundo el día de la biodiversidad y como todas las fechas realmente importantes para la humanidad, pasó casi desapercibido, solamente con limitadas manifestaciones relativas al tema, emitidas por los adeptos o conocedores del mismo, en algunas cadenas radiales y citas breves en los periódicos.

Este mismo día me di a la tarea de caminar por la zona de Galerías y entré al centro comercial que lleva su nombre, cuyo formato y funcionamiento es similar al de miles de estos establecimientos que existen en el país. Me llama la atención ver el comportamiento que se acentúa cada día en los miles de visitantes de estos lugares, que ya no son solo los sitios preferidos para el encuentro de la oferta y la demanda, cristalizadas en las compras, sino que además, se convirtieron en centros turísticos, donde la gente que no va a comprar, al menos observa lo que se exhibe y planifica su próxima visita para hacer sus compras.

Aunque sé que es así, me pareció patético ver el comportamiento compulsivo de las personas en este sitio; escuché, por ejemplo, a una señora que llevaba en sus manos una bolsa atestada de artículos diversos, decirle a su acompañante que se fijara el precio tan barato de los combos de camisas que estaban  amontonadas en varias canastas, a lo cual el hombre le respondió que lo que pasaba es que ya tenía suficientes; pero, ella le replicó que un par de camisas de tan buena marca y a un precio tan barato, solo ahí y en ese momento las podría conseguir. Sobra decir que el hombre en cuestión terminó comprando el par de camisas que, según él mismo, no necesitaba.

Pero, las cosas no terminan ahí, salvo casos excepcionales en los supermercados ya no se puede comprar productos por unidades, como ocurre para citar solo dos ejemplos, con los jabones de olor, que ya se encuentran en empaques mínimos de tres, los detergentes no se pueden adquirir en tamaños menores de un kilogramo. Casi todo se tiene que obtener en combos de varios productos y precios “de oferta”, que inducen a comprar más y más, y a consumir rápidamente, para estar de vuelta en estos atractivos sitios de aprovisionamiento, que lo ofrecen todo bajo el mismo techo.

Pero en el otro lado de esta ecuación, está la cada día más atacada biodiversidad mundial y concretamente la colombiana, que nos la pintan como  una de las más abundantes del mundo; sin embargo, la gente sigue ignorando que cada vez que una persona compra lo que no necesita estrictamente, o que gasta exageradamente en los bienes de consumo que hay en el mercado, está contribuyendo a atacar esa biodiversidad y es artífice de la desaparición de muchas especies.

En medio de esta situación, las instituciones encargadas de educar, deberían enseñar a los niños y a quienes no conocen la realidad de la biodiversidad, sobre las consecuencias que tienen los excesos del consumismo sobre todas las formas de vida, que sepan verbi gratia, que los jabones y detergentes que producen las ciudades, llegan a través de los conductos de aguas usadas a los ríos, haciendo que estos pierdan su capacidad de mantener la vida, y que, así ocurre con todos los demás productos, que consumen o contaminan los recursos naturales  en forma irremediable. Es mucho lo que hay que enseñarles a los colombianos para cuidar la biodiversidad del país, pero, algo fundamental es hacerles entender, el daño que causa el acelerado consumismo de las ciudades.

Credito
PEDRO LUIS ZAMBRANO C.

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