Pobreza extrema y habitantes de la calle

El sábado pasado el Presidente Santos trató el tema de la pobreza extrema, declarando que era un verdadero y relevante propósito de su gobierno, reducir como ocurrió con el desempleo, la proporción de colombianos afectados por esta situación a un solo dígito.

Teniendo en cuenta que en la actualidad este indicador se encuentra entre el 13 y el 14 por ciento, significa que propuso una reducción cercana a un tercio del tamaño de este flagelo.

Es tal la preocupación manifestada al respecto, que el mandatario adujo textualmente: “…este acuerdo para la prosperidad tiene que ver con la lucha contra la pobreza extrema, que es donde más debemos concentrar nuestros esfuerzos. Hay pobres, pero una sociedad no puede ser para nada tolerante, con los pobres extremos, con los más pobres”.


Evidentemente, ya se están desarrollando políticas y enfilando programas, para beneficiar a los más pobres, con una institucionalidad, que desde los ministerios, el DNP, el ICBF, el Sena y el Departamento Administrativo para la prosperidad Social, Daps, antes –Acción –social-, se orienta para confluir y  complementarse en una oferta unificada, para atender en generación de ingresos, formación de capacidades, mejora en las potencialidades de emprendimiento y la empleabilidad de tales colombianos. Estos resultados tendrán que verse en los próximos años y se sabrá entonces, si resulta efectiva la gestión de la actual administración frente a tamaño problema.


Pero, la pobreza extrema no pasa solamente por aquellos sobre los cuales se pueden desarrollar acciones de Estado como las comentadas, existen otros seres que también demandan atención estatal, y que no, por haber estado ignorados e invisibilizados por tantos años, dejan de ser un escollo grave, una ofensa para la moral y la dignidad pública, son los denominados habitantes de la calle. Ciudad o población que se respete en Colombia, los tiene y en permanente crecimiento.


Tanto los hemos observado, aunque nos acostumbramos a ignorar su presencia y, en efecto, ya no los vemos, pero están ahí, con su apariencia algunas veces inocente, evasiva, narcotizada y, en otras, agresiva y hedionda.


Se mueven como fantasmas casi flotantes en la noche, trasiegan las calles de las ciudades y dejan su huella de trebejos y excrementos, en los lugares públicos centrales, en una situación deprimente que no muestra ninguna mejoría. Pero igual, se trata de compatriotas, afectados por quien sabe que karma, que merecen ser atendidos hasta donde sea posible por el Estado, no solo por algunos ciudadanos quienes les dan una moneda, por ciertas sectas u organizaciones que les proveen un poco de alimento, o finalmente, por las canecas y bolsas de basura, que se les aparecen como última solución al hambre.


Este es un problema que trasciende la mera beneficencia; el Gobierno y la sociedad, no pueden seguir ignorando la pobreza en calle, que aumenta raudamente, muy a nuestro pesar, como crece la desigualdad del ingreso, que hoy nos coloca en uno de los lugares más deshonrosos del mundo.


Detrás de los habitantes de la calle hay demasiadas historias, de transmisión genética, de abusos intrafamiliares, de violencia contra los niños, de miseria rampante y toda una serie de deformidades de la conducta hogareña, que terminan con individuos que pierden el sentido de las proporciones, y se salen de los cánones que esta sociedad de consumo y “alta competitividad”, determina como normalidad.

Ellos generalmente no reciben ayuda temprana y caen en este tipo de fatalidad, sin que nadie los mire, más que para sentir fastidio o conmiseración por ellos. ¡Ojo!, si somos una sociedad con dignidad, llegó la hora de tenderles la mano.

Credito
PEDRO LUIS ZAMBRANO C.

Comentarios