Ese otro país que ‘no pasará’ jamás

José Germán Zarama De La Espriella

¿Todos somos Colombia? Por supuesto que no, o por lo menos no deberíamos permitirlo. Y lo digo aunque confunda a algunos lectores, quienes estarán pensando que he asumido ideológicamente la legendaria exhortación comunista de Dolores Ibárruri Gómez, ‘la Pasionaria’...  

En realidad intento explicar que no podemos transigir con las opiniones de todos nuestros compatriotas, para lograr unanimidad negociada. Tal vez ahora confundo a otros, quienes dirán que he vuelto a nutrirme de raíces conservadoras de mi familia.

Pero, no se trata propiamente de valores que se discutieron en el histórico ‘plebiscito de octubre’. En realidad, mirado desde una perspectiva diferente, ese plebiscito demostró en el fondo la unidad de Colombia. Casi toda Colombia votó por la paz. Eso es lo que uno infiere de opiniones explícitas de quienes votaron claramente sí o no, disipadas ciertas tormentas. Y, aunque reconozcamos una mayoría abstencionista, implícitamente serían pacifistas por delegación, aquellos colombianos que evadieron las urnas. Una muestra secreta del 40% de los votantes, marca claramente sus tendencias.   

La decisión de octubre no era un dilema sobre ‘la paz’. Los colombianos en eso somos más que nuestros líderes. La votación solo decidía cuál camino nos convenía para la paz. Las diferencias no eran sobre ‘el fondo’ sino sobre los procesos. 

Pero aún hoy hay gente empeñada en agitar diferencias como las que promovían, hace apenas sesenta años, maquiavélicos trapos rojos o azules. Mientras el pueblo se mataba y agredían unos a otros, por consignas que ‘los daltónicos’ no reconocían, permitimos que surgiera la verdadera violencia social. 

Olvidemos por ahora los trapos multicolores que agitaron el plebiscito. Dejemos a los comisionados y a las Farc conciliar diferencias sobre el proceso, sin descuidar los deberes de críticos apartidistas.  Con certeza, me atrevo a predecir, el río encontrará el cauce de la solución democrática de nuevo.    

Pero mientras tanto, identifiquemos el verdadero enemigo de la paz, a lo largo de estos 52 años de guerra. Ese enemigo que de manera impúdica se ha exhibido últimamente en medios de comunicación como La W, en entrevistas al aire. La W, La Silla Vacía, El Nuevo Día y otros medios, que no menciono con nombre propio por cuestiones de espacio, los han denunciado. Pero parecería que seguimos empecinados en ver únicamente trapos multicolores. 

Este enemigo, que ha matado a los niños guajiros, que desde hace 68 años ha asesinado hasta posibles sueños heredados de Gaitán, es la corrupción. Menciono a la Guajira, aunque la corrupción no tiene color político ni banderas regionales, porque ese parece ser un epicentro claro, para iniciar la lucha. Un funcionario como Jorge Enrique Vélez y su lucha ejemplar por derrotar la corrupción, merece acompañarse con nuestro “sudor, sangre y lágrimas, hasta la victoria final”.     

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