De la incertidumbre a la confianza interior

José Germán Zarama De La Espriella

Desde hace cinco años, al acercarse 2012, plazo señalado para el cumplimiento de la profecía apocalíptica de los Mayas, el mundo no vivía tanto miedo ni ansiedad. Hoy Europa se siente amenazada, por el terrorismo del Medio Oriente, por el separatismo comunitario y por el triunfo de Trump. Los estadounidenses se sienten amenazados por razones similares y el renacimiento de las confrontaciones étnicas en su propio suelo. Y el Medio Oriente percibe sobre su cabeza la espada de la muerte de sus propias guerras, en las que asustan reconocidos fantasmas de Occidente. En Venezuela, todos los miedos anteriores empiezan a girar alrededor de las amenazas de un régimen tiránico, que oprime a la mayoría democrática. En Colombia, mientras tanto, también nos preocupan las crisis internacionales, pero principalmente nos aterran dos amenazas: la reforma tributaria y el futuro de la paz.

Para aclarar cuál es la fuente de tantos miedos y ansiedades sociales nos remitimos a una explicación de los siquiatras: la incertidumbre. Y cuando la repetida advertencia de las amenazas, el discurso político universal, ha causado suficiente incertidumbre, surge el miedo y la ansiedad social.

Pero empecemos por diferenciar el miedo de la ansiedad. En siquiatría miedo es la preocupación sobre algo concreto. Ansiedad es un sentimiento nacido de una idea o concepto confuso. Un japonés, por ejemplo, puede tener miedo a un tsunami, algo real y concreto. Pero también puede tener ansiedad sobre la idea difusa de que en algún momento un terremoto puede sacudir la isla y generar un incontrolable tsunami. Ciertamente, el miedo lleva a los japoneses a ser muy cuidadosos con sus construcciones y a prepararse para no caer en el pánico cuando ocurra un esperado terremoto.

Para este japonés del ejemplo, la ansiedad, mientras logre controlarse, puede ser útil al comienzo. Gracias a ella el japonés se esfuerza en hacer simulacros y anticipar situaciones. Si los japoneses no sintieran cierta ansiedad, no tendrían preocupaciones, ni se prepararían tan bien para estos desafíos repetitivos de la naturaleza. Pero si no controlaran el miedo ni evitaran que se convierta en ansiedades desbordadas serían esclavos de sus preocupaciones.

No es fácil tener el estoicismo de los japoneses, ni su meticulosidad cartesiana. Pero si pretendiéramos controlar el miedo y la ansiedad en un universo inevitablemente incierto, tal vez nos ayudaría tener algunas sencillas ideas en mente:

La duda metódica, de la que nos habló Descartes, proponía dudar no solo de aquello que vemos que es falso. Lo esencial, es dudar de aquello que genere la menor incertidumbre. Aplicando este principio, si nos cupiera alguna duda ética (respecto a la vida, la verdad y la bondad intrínseca al ser humano) podemos considerar, según esta posición cartesiana, que es falso.

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