Colombia y la indignación mundial contra la corrupción

José Germán Zarama De La Espriella

La indignación, motor de confrontaciones políticas, no es un fenómeno nuevo. Colombia nació como república precisamente tras el indignante episodio del ‘Florero de Llorente’. Y durante casi todo el siglo XIX se generaron incontables guerras, con miles de muertos nacidos en bandos de creyentes de diferentes ideologías, furibundamente indignados.

El sentimiento de ‘los indignados’ en el Siglo XXI, que ruge de nuevo en Colombia, caracteriza un descontento global por la corrupción de democrática. ¿Pero cuáles son sus raíces políticas? En mayo de 2011 surge en España el movimiento ‘Los indignados’, en respuesta a una profunda crisis económica que genera turbulencias políticas, sociales y territoriales. Los indignados promueven entonces una democracia más participativa, alejada del dominio de bancos y corporaciones, con una ‘auténtica división de poderes’.

La idea de los indignados, de activar políticamente a resentidos segmentos sociales caracterizados por la pasividad, toma impulso internacional. En alguna medida, fuerzas políticas semejantes en el mundo se ven representadas en episodios democráticos ocurridos cinco años después. Esto sucede en países tan disímiles como Gran Bretaña, Colombia y EE.UU., donde un descontento grupo de ciudadanos logra importantes triunfos electorales.

En todos los casos antes mencionados de la indignación mundial encontramos elementos comunes. Vimos inicialmente la confrontación de propuestas racionales (unidad continental, paz, inclusión) contra campañas basadas en sentimientos primarios (básicamente desconfianza en el sistema y exaltación contra las ‘injusticias’). Y en todas partes ganan los proselitistas primarios, que justifican “la rabia en sus corazones” con dogmas de fe, verdades a medias y a veces mentiras flagrantes. Esto parece estar ocurriendo en Colombia y el fenómeno puede ser tan constructivo como catastrófico.

Aunque preocupante, el tema de la fuerza electoral de los indignados no deja de ser un importante ejercicio de maduración política y de alternación de visiones políticas opuestas. Sí, a pesar de todo, podría ser que el futuro de las democracias anglosajonas post-indignadas sea más favorable, tras un lapso relativamente corto de este modelo caudillista. Pero esto ocurrirá solo mientras la democracia funcione adecuadamente y las cosas no duren demasiado tiempo en manos de indignados carentes de ponderación democrática y a veces de toda racionalidad. Si los ‘indignados’ siguen en el poder indefinidamente, podrían correr la suerte de la Venezuela de Chávez, el indignado coronel golpista que empezó a estrangular la democracia desde su posesión.

En el caso colombiano, donde ya existe mucha indignación popular, no sabemos a ciencia cierta qué caudillo indignado nos espera, pero podría ser el peor. Entre los nombres de ‘razonables indignados’ contra la corrupción suenan: Claudia López, Antonio Navarro, Jorge Enrique Robledo y Sergio Fajardo. Pero también están otros, a los cuales se han unido hábilmente todos los posibles candidatos presidenciales y partidos políticos de esta Colombia ‘postconflicto’.

Comentarios