2021

José Germán Zarama De La Espriella

En tiempos de incertidumbre mundial como los que corren, todos, aquí y allá, queremos que alguien nos diga qué va a pasar, a qué atenernos. Algunos revisan angustiantes profecías, como el ‘Tercer Secreto de Fátima’ y otros repasan las misteriosas predicciones de videntes como Nostradamus, Edgar Cayce o Baba Vanga. La gran pregunta es: ¿para dónde va esta nación indignada, en medio del ‘imperio mundial de la indignación’, durante estos próximos cuatro años? (marcados por el mandato asignado a un incierto presidente de EE.UU. y un enigmático presidente ‘pos-conflicto’ en Colombia).

Seguramente alguien debe atreverse a responder dicha pregunta y los economistas como los politólogos pueden guiarnos con el cuidadoso análisis estadístico de las tendencias. Pero no olvidemos que las tendencias muchas veces se quiebran por factores imprevisibles. Por ejemplo, ¿quién iba a apostar la victoria de los aliados hace 75 años, cuando el eje nazi-fascista parecía a punto de avasallar al mundo? ¿Y, hace 25 años, quién se atrevía a contradecir a Francis Fukuyama, cuando aseguraba que la historia había llegado a su fin? Esos y otros ejemplos de sorpresas en la historia abundan y Colombia no es la excepción, como reafirmamos en 2016.

Sin embargo, la inquietud sobre nuestro destino subsiste y probablemente la academia tenga respuestas más predictivas. Estas respuestas, sin embargo, parecen tener más lógica en manos de los filósofos que de economistas, abogados o ingenieros. Al respecto, una de las frases más atinadas es la del filósofo francés Maurice Blondel: “El futuro no se adivina, se construye”. Francisco Mojica, experto en prospectiva, la metodología estratégica para prever el futuro, repite esta frase frecuentemente.

En cuanto a esta Colombia posconflicto, con tantas incertidumbres locales y globales, haría mejor en dejar de adivinar y hacer planes prospectivos de futuro. Quizá, como Blondel, deberíamos preguntarnos si el hombre tiene un destino y la vida un sentido de interrogación existencial terrible y dolorosa. Y preguntarnos, si es así, ante la indignación social que vivimos, si la solución de nuestros problemas está en elegir los campeones de la indignación. Pero predecir futuros indignantes no es una acción de liderazgo, según la ‘filosofía de la acción’ de Blondel. Y es que simplemente adivinar el futuro no tiene razón de ser, porque no estaría dentro de la característica propia de los seres humanos.

Como plantea la escuela de Blondel, el problema es siempre inevitable, pues la abstención o la negación es todavía una solución que nos compromete. En vez de predecir el curso de los problemas actuales, la respuesta podría ser visualizar qué sociedad deseamos tener en cuatro años y qué debemos hacer para construirla. Esto aplica también en un contexto de gestión global que responda a la doctrina de las ‘trumpanomics’.

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