La salud mental y el narcisismo de nuestros candidatos

José Germán Zarama De La Espriella

La inteligencia y conocimientos de los candidatos presidenciales, demostrados en diferentes debates, no está en discusión. Sin embargo, uno alcanza a detectar, en sus estilos de actuar en estos recintos y en la plaza pública, diferencias grandes de personalidad. Alguno de ellos es el más seguro de sí mismo, otro el más espontáneo, este el más serio, aquel el más intolerante, el último el más conflictivo.

Aunque el programa político y la inteligencia importan, de alguna manera los seguidores se guían más por su personalidad. Y en este tema, reflejo de la salud mental, no somos muy analíticos; terminamos seducidos más por las capacidades histriónicas y de manipulación. No es el sabio de la tribu quien más nos seduce.

Esto preocupa más, desde luego, en la franja de votantes que interesa convencer: los independientes. Y es que los demás, quienes pertenecen a un partido o quienes tienen intereses creados, ya tienen decidido por quién votar. En estos casos, pedir votar por el candidato mentalmente más sereno puede ser fútil.

Sin embargo, no todo está perdido en un pueblo capaz de pensar. Lo cierto es que hay muchos estudios científicos que demuestran que los grandes líderes presentan ciertos modos de ser y comportamientos cercanos a lo patológico. El más común de ellos es cierto narcisismo que los lleva a sentirse seguros ante los demás, llamados a dirigir sus vidas. Y esto, al contrario de preocuparnos, nos lleva a que busquemos en ellos la catarsis de nuestras inseguridades internas, de nuestra falta de reconocimiento.

En efecto, el narcisismo del individuo lleva a una alternativa de seguridad de todo ser humano para poder relacionarse socialmente. Luego, explican los siquiatras, ya en la madurez, algunas de estas personas convierten ese narcisismo primario en una fuerza potenciada del ego. Digamos que esto es positivo, en la medida que de este proceso de formación surgen líderes en diferentes actividades que pueden ayudar a progresar a la comunidad.

Lo grave, es que dicho proceso lleve también muchas veces a que tanta vanidad desvíe al individuo hacia la estupidez. Y la estupidez del líder seduce a votantes irracionales. Es lo que ha ocurrido muchas veces en la historia con la elección de líderes autoritarios. Este camino aberrante de liderazgo se entiende mejor al conocer los estudios de Justin Krugger y David Dunning, de la Universidad de Cornell en Nueva York, que ubican a dichos individuos como prisioneros de “una insustancial burbuja”. Según los autores en estos casos los líderes incompetentes tienden a sobreestimar sus propias habilidades. Pero, además, estos líderes son incapaces de reconocer las verdaderas habilidades en los demás.

En el caso de mi decisión de voto he reflexionado con preocupación sobre el narcisismo de ciertos candidatos.

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