Cuentos de terror y misterio

Como el tiempo se agotaba y la villa iba a quedar como dirigida por incapaces en el concierto de las ciudades, el sujeto de las oscuras artes hubo de acelerar los trámites, fraccionar los trabajos a contratar y llamar a las empresas venidas allende el mar para apurarles y darles la buena nueva de que la tarifa de adjudicación había sido rebajada.

Para apartar un poco al lector de la implacable y dolorosa realidad colombiana bien vale hacer un alto en el camino y distraerlo con un relato de ficción sobre lo que ocurre en una imaginaria región localizada en un distante lugar del planeta.

Acontecía que allí había una villa de mediano tamaño que había sido seleccionada para realizar unas justas reales a las que se convocaría a todas las regiones de la nación. Los mandatarios del reino habían acordado suministrar los recursos necesarios para levantar los escenarios donde habrían de ocurrir las justas y los administradores de la villa, en un acto de absoluta improvidencia, designaron a un sujeto con los más oscuros antecedentes para elaborar los pliegos y escoger entre los proponentes a quienes fueran a hacer los diseños y a construir los escenarios.

A sus aviesas costumbres unía el personaje una enorme capacidad para enredar los trámites y paralizar las gestiones, por lo que el tiempo pasó y se acercaba la época de los torneos y las obras requeridas no se iniciaban.

Al manipulador de marras solo le satisfacían los contratistas venidos allende el mar o provenientes de apartadas regiones donde eran tan desconocidas como los mismos proponentes. Es preciso acotar que los seleccionados eran siempre quienes se mostraban generosos con las recompensas a quienes los seleccionaban. En esa región y en esa época era usual que la tarifa estuviera por el 10 por ciento del monto contratado.

La chapucería en el manejo y la demora atrajeron finalmente a un funcionario del gobierno del reino que manejaba la Secretaría de Diafanidad, que buscaba que los escasos recursos del reino no tomaran extraños vericuetos. El Secretario había encontrado que las licitaciones habían sido hechas en fechas posteriores a lo establecido por la Ley en cuanto a los anexos técnicos y económicos, estudios previos, planos y licencias; a más de registrar índices financieros idénticos para objetos, alcances y presupuestos diferentes a lo que añadió que los pliegos se habían hecho a nombre de una entidad diferente a la contratante situada en otra región del reino.

Como el tiempo se agotaba y la villa iba a quedar como dirigida por incapaces en el concierto de las ciudades, el sujeto de las oscuras artes hubo de acelerar los trámites, fraccionar los trabajos a contratar y llamar a las empresas venidas allende el mar para apurarles y darles la buena nueva de que la tarifa de adjudicación había sido rebajada. El Secretario de Diafanidad quedó completamente asombrado cuando escuchó las interceptaciones telefónicas que sus investigadores y los de la fiscalía habían hecho de los potenciales contratistas. En ellas, el de las aviesas costumbres les anunciaba a los representantes de Peromsa y Chazvi, que así se llamaban las empresas, que la tarifa había bajado a apenas el ocho por ciento de los 111 millardos que valía el negocio.

Como en los relatos de ficción de moda allí quedó la historia para que los lectores se imaginen el epílogo. En tanto mañana habrá que volver a referirse a la prosaica vida real.

REDACCIÓN EDITORIAL

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