Del desperdicio, el despilfarro y la falta de prioridades

No que no se necesite orden y respeto por parte de la ciudadanía en el uso del transporte público, pero tanto paraderos como el gasto en pintura azul no tiene objeto si se carece de autoridad para hacer obligatorio su uso y de una campaña organizada y permanente de educación cívica.

Aunque resulte de ingenuidad extrema, más aún cuando el presupuesto se convierte en elemento indispensable para el mantenimiento de la clientela y abono insustituible para conseguir una buena cosecha de votos en octubre, es preciso recordar que en una comunidad, como la de la capital del Tolima, con tal cúmulo de carencias y necesidades insatisfechas, es de elemental buen criterio darle un uso racional a los recursos y establecer muy claras prioridades para evitar el desperdicio y contener el despilfarro.

Alguien podría pensar que la nota hace mención a la contratación de miles de empleados temporales cuya única función conocida consiste en cobrar oportunamente la quincena, acudir a las reuniones políticas de los candidatos oficiales o ir juiciosamente, con toda la familia, a depositar el voto el día de elecciones. Tal vez se suponga que ese deterioro se refiere a la contratación con sujetos de conocida inoperancia y dudosa idoneidad para la ejecución de tareas que requieren de profesionalismo y competencia. Pues no se trata ni de una ni de otra, ya que se ha perdido la esperanza de que tales distorsiones de la administración vayan a ser enmendadas. No, se trata de cosas más simples y decididamente inanes que, en resumidas cuentas no traen beneficio alguno y sí empleo de recursos que tendrían cientos de usos más productivos y prioritarios.

Uno de ellos es la señalización de zonas azules en los paradores a lo largo de las rutas de buses. No que no se necesite orden y respeto por parte de la ciudadanía en el uso del transporte público, pero tanto paraderos como el gasto en pintura azul no tiene objeto si se carece de autoridad para hacer obligatorio su uso y de una campaña organizada y permanente de educación cívica. Vale decir, garrote combinado con zanahoria. Lo otro es botar la plata para otorgar un contrato.

Lo mismo puede decirse de la señalización de las calles del centro en un verde decididamente carente de estética, con pronunciados errores de ortografía y con asignación de nombre que no consultan con historia ni la tradición y son nada más que el fruto de una entelequia de un exalcalde y, otra vez, candidato, que desde sus épocas de concejal armó toda esa sandez para ganar el favor de su jefe político para bautizar la carrera segunda con el nombre de un coronel de la Guerra de los Mil Días, época en la que se recuerda, cualquier ciudadano que tuviera a su mando más de cinco soldados era nombrado general.

De las pocas cosas que todavía funcionan en Ibagué es la nomenclatura en el centro, para venir a enredar todo, en un programa que es solo un desperdicio.

REDACCIÓN EDITORIAL

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