Editorial: A desenterrar la verdad

El clamor de las familias sobrevivientes ha sido finalmente atendido y se ha iniciado el macabro proceso de desenterrar la verdad. El país permanece en vilo y ojalá aflore la verdad, cualquiera que ella sea, aunque los testimonios de los mismos perpetradores solo hacen que la ciudadanía deba prepararse para conocer cosas terribles.

Si no lo impide alguna leguleyada, la dolorosa excavación en búsqueda de la verdad en el sector de La Escombrera en Medellín se prolongará por los próximos cinco meses.

Se trata de un secreto a voces con el que se ha pretendido esconder infames episodios ocurridos en Medellín entre 2002 y 2008, época en la que la ciudad quedó bajo el poder del Bloque Nutibara y el omnímodo arbitrio de ‘Don Berna’ y su sangrienta banda.

Han de ser más de 23 mil metros cúbicos de materiales que se amontonan sobre un incierto número de cadáveres (unos calculan que son más de 300) de los desaparecidos en ese período ominoso en el que con el concurso de fuerzas oficiales los paramilitares intentaron apoderarse a sangre y fuego de la tristemente célebre comuna 13 de esa capital.

El clamor de las familias sobrevivientes ha sido finalmente atendido y se ha iniciado el macabro proceso de desenterrar la verdad. De las acciones está pendiente no solo el conglomerado afectado, sino también el aparto judicial del país y numerosos organismos internacionales procupados por el esclarecimiento de un sistemático abuso que se pretendía ocultar habida cuenta de los potenciales y graves efectos colaterales derivados de pruebas que puedan surgir de la excavación.

Seguramente han de repetirse las manidas excusas de que lo sucedido aconteció a espaldas de quienes tenían el mando y la responsabilidad de imponer el orden y hacer respetar la ley en ese territorio. Y, de surgir responsabilidades en ciertas entidades gubernamentales, volverá a esgrimirse el ya agotado expediente de que se trata de una justicia viciada con intereses ideológicos, que solo busca mancillar la majestad de organismos que, precisamente, han sido degradados por el accionar de quienes en mala hora fueron enaltecidos con designaciones para las cuales no tenían ni los antecedentes ni la madurez y, mucho menos, las condiciones requeridas.

El país está en vilo y ojalá aflore la verdad, cualquiera que ella sea, aunque los testimonios de los mismos perpetradores solo hacen que la ciudadanía deba prepararse para conocer cosas terribles.

REDACCIÓN EDITORIAL

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