Editorial: El horror nuclear

En estos días el mayor temor de que se repitan episodios de tal insania viene por el peligro de que alguno de los países que dispone de un arsenal nuclear pueda quedar en manos de los fanáticos del Estado Islámico.

El presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, está inmerso en una campaña para que un Congreso adverso apruebe el acuerdo alcanzado con Irán para que este país desista de cualquier intento de construir una bomba nuclear.

El argumento de Obama afirma que los efectos del acuerdo serían mucho más profundos si el país asiático avanza en la construcción de la bomba y advierte que la no aprobación por parte del Congreso de su país sería un golpe para la credibilidad de su diplomacia y facilitaría la posibilidad de una nueva guerra en la región.

Las palabras de Obama se producen 70 años después de las explosiones en Hiroshima y Nagasaki, únicas oportunidades en las que la humanidad ha presenciado el empleo de artefactos nucleares en una guerra y contra población civil.

El 6 y 9 de agosto de 1945, por orden del Presidente Harry S. Truman, aviones estadounidenses lanzaron las bombas sobre las ciudades japonesas, y causaron la muerte inmediata a 140 mil personas y heridas a otras 240 mil, muchas de quienes perecieron en un año por consecuencia de la radiación y las quemaduras originadas en las explosiones.

El 26 de julio anterior en Potsdam los japoneses habían sido advertidos que de no rendirse sufrirían ataques con armas de un poder desconocido hasta entonces. Tras las explosiones y en solo seis días comenzaron los trámites para la rendición que se formalizaron el 2 de septiembre, dando fin a la Segunda Guerra Mundial.

El horror de los bombardeos nucleares no se ha repetido, aunque en los 70 años transcurridos se han producido dos mil 45 ensayos nuevos y en el mundo existen hoy 15 mil 695 artefactos disponibles para ser usados, la mayoría en poder de Rusia (7 mil 500) y Estados Unidos (7 mil 100).

Las ceremonias de conmemoración han contado con la presencia de delegados de las naciones participantes en la conflagración, entre quienes estuvo Caroline Kennedy, la embajadora de Estados Unidos en Japón e hija del asesinado presidente John F. Kennedy. Fue precisamente en el mandato de Kennedy en el que se produjo el único amago serio de una utilización de las bombas nucleares cuando la crisis de los misiles instalados en Cuba por la Unión Soviética.

En estos días el mayor temor de que se repitan episodios de tal insania viene por el peligro de que alguno de los países que dispone de un arsenal nuclear pueda quedar en manos de los fanáticos del Estado Islámico, que ya se sabe a los extremos que pueden llegar o que Corea del Norte logre culminar la fabricación de un artefacto de este tipo. Sería el inicio de una Tercera y última Guerra Mundial ante las perspectivas de una destrucción total.

REDACCIÓN EDITORIAL

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