Editorial: Una maldición

En tanto son decenas o cientos de miles los que padecen los trancones y los inconvenientes cada vez que se aventuran por la vía y un viaje de dos horas se convierte en una odisea de siete u ocho horas, como ocurrió el pasado puente.

Tal vez no exista una vía más estratégica y que tenga mayor tráfico en el país. Es la esencial comunicación de la capital de Colombia (y su más importante centro económico, financiero y poblacional) con el puerto que ocupa el primer lugar en movimiento de carga y es el principal acceso al Pacífico.

A más de lo anterior por allí transitan diariamente decenas de miles de vehículos cuyo volumen se multiplica por siete u ocho cuando se trata de un fin de semana que coincide con un “puente”.

Resulta de sentido común que por las razones expuestas la ruta merezca la mayor atención del Gobierno, el Ministerio de Transporte, las alcaldías de los municipios que la tocan y la Policía de Carreteras.

La vía Bogotá- Girardot concentra así todos los elementos para hacerla una vía prioritaria que sea atendida por los más eficientes y los más capaces. Mas como en Colombia las cosas se enfocan al revés, a su atención se destinan aquellos que han probado su falta de idoneidad, su incumplimiento y los gestores menos reputados de los recursos públicos.

Basta ver lo acontecido en el gobierno de Álvaro Uribe y su inefable ministro Andrés Uriel Gallego (Q.E.P.D.) quienes adjudicaron la construcción del tramo Bogotá- Girardot a una panda de caballeros de industria liderada por los primos Nule, su cuñado el ex alcalde Char y el experto en túneles de apellido Collins. Obra adjudicada en 2004, que apenas fue entregada a trancazos el año pasado, con serias deficiencias en el Túnel de Melgar y la variante del mismo municipio, y que pocos días después hubo de ser cerrada al servicio en varios sectores.

El tramo padece el trancón de Soacha al que poca atención han prestado el Ministerio, la alcaldía de Bogotá y la del mismo municipio que hace años deberían haber resuelto como la prioridad número uno de su gestión.

Como el asunto parece traer consigo una maldición y después de haberse comprobado en decenas de oportunidades que allí se requieren no menos de seis carriles, el Gobierno anunció que había adjudicado la ampliación. Menos de un mes después la empresa a la que se adjudicó el trabajo empezó a enfrentar serios señalamientos por problemas financieros y contractuales. Solo cabe esperar que lo sucedido con los Nule y su combo no se vaya a repetir con ocasión de la anunciada ampliación.

En tanto son decenas o cientos de miles los que padecen los trancones y los inconvenientes cada vez que se aventuran por la vía y un viaje de dos horas se convierte en una odisea de siete u ocho horas, como ocurrió el pasado puente. Y eso que a ningún sabio se le ocurrió programar una competencia ciclística para esa fecha.

REDACCIÓN EDITORIAL

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