Editorial: Hablar claro

Así las cosas es bueno hablar claro y llamar las cosas por su nombre sin temor a la vocinglería de los histéricos que de todas maneras levantarán infundios y consejas inverosímiles.

No hay duda de que el actual proceso de negociaciones con las Farc entraña un cuidadoso sigilo amparado por la frase “nada está acordado hasta que todo esté acordado”. Los opositores a las conversaciones y a los intentos de consolidar la paz siempre se pronunciarán en contra e inventarán toda suerte de arreglos clandestinos con el fin de boicotear el trámite de los diálogos.

Sin duda el Gobierno y su equipo negociador han intentado aprovechar ocasiones especiales para dinamizar los trámites: Actuaciones que no han servido de mucho dado el ambiente de polarización y la increíble capacidad de tergiversación de los partidarios de la solución armada.

Si las cosas conducen a la firma de la paz es necesario ir preparando a la ciudadanía para un largo trasegar en la intención de reconstruir el país, reparar a los millones de víctimas y rehacer el tejido social en cientos de comunidades, tareas que no solo han de requerir tiempo y generosidad sino ingentes cantidades de recursos.

Es así como desde ahora se debe hablar con claridad y no tratar de endulzar la píldora con lo que será imposible de cumplir. Por ejemplo, el Ministro de Hacienda debe evitar decir que con el solo hecho de firmar el acuerdo habrá un impacto en el Producto Interno Bruto PIB que proveerá los recursos suficientes para todas las necesidades posteriores. Es bueno recordar la promesa incumplida y grabada en mármol de no imponer más impuestos.

En similar categoría entra lo que ha de acontecer con la Fuerza Pública si cesan en su accionar las dos fuerzas guerrilleras más importantes. Por un lapso moderado enfocarán sus actividades en los residuos de esas guerrillas (que los habrá) y en las bandas criminales y, luego, tendrán que apuntar al apoyo a las comunidades y la defensa de las fronteras; lo que ha de significar una reducción en el número de uniformados y un rediseño completo de las prioridades a lo que, por supuesto, ha de añadirse una reducción radical del gasto militar ya que ni por la mente más calenturienta y belicosa pasa una confrontación internacional.

Así las cosas es bueno hablar claro y llamar las cosas por su nombre sin temor a la vocinglería de los histéricos que de todas maneras levantarán infundios y consejas inverosímiles.

REDACCIÓN EDITORIAL

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