¡Fuera, jíbaros, de la U.T.!

La Universidad del Tolima no puede ser espacio para que quien quiera llenarse los bolsillos a punta del vicio de los demás lo haga como Pedro por su casa.

No es secreto que en la Universidad del Tolima, al igual que en la mayoría de universidades públicas del país, se consuman sustancias psicoactivas. Incluso, también se da en las instituciones de educación superior privadas, pues allí, aunque quizá en menor proporción, aquel flagelo también está expuesto sin que se haga tanto ruido.

La semana anterior, la Policía capturó a 10 supuestos estudiantes de la U.T. que tenían azotada a la comunidad universitaria a punta de bichas de marihuana, bazuco y todo tipo de estupefacientes. La denominada ‘banda del G2’ había tomado el control de la distribución de droga, luego de que en noviembre de 2015 cayeran los cabecillas que controlaban el mercado al interior y a los alrededores de la alma máter. Esto, configura ser un golpe certero a las redes de microtráfico y envía un contundente mensaje a quien quiera volver a infiltrarse como estudiante a fin de vender droga.

Una realidad innegable es que a pesar de que el consumo de estupefacientes en la U.T. es un problema de vieja data, se ha acrecentado con el pasar del tiempo. En especial,en la pasada administración de la universidad hubo un aumento desmesurado, tanto, que el exrector José Herman Muñoz llegó a sugerir un “espacio de tolerancia” para los estudiantes consumidores, pues espacios como la cancha alterna (una olla), el sector conocido como Maderas e incluso la zona verde que está justamente al frente de la Rectoría eran los espacios preferidos para el consumo y la distribución de alucinógenos sin que nadie, ni el mismo Rector, se opusiera.

A pesar de ello y aun la difícil situación financiera que atraviesa la U.T., acciones como la regulación de las ventas ambulantes al interior de la universidad y en donde a través de brownies y chocolatinas se infiltraban las drogas; así como los controles de ingreso al campus, y otro tipo de estrategias establecidas recientemente por la actual administración, han atacado con mano dura el problema. Aún así, falta mucho más.

Es necesario culminar diciendo que la Universidad del Tolima no puede ser espacio para que quien quiera llenarse los bolsillos a punta del vicio de los demás lo haga como Pedro por su casa. El campus de la U.T., al igual que el de todas las instituciones de educación superior, debe ser propicio para la academia, la investigación, el deporte, el debate y la discusión, y en ese sentido hay que protegerla.

Lo otro es que, en efecto, el consumo de drogas es un problema de salud pública al que habrá que hacer frente como tal, y al menos en eso la U.T. y su oficina de Bienestar Universitario han estado en deuda.

REDACCIÓN EDITORIAL

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