Cuba “sin” los Castro

Aquello incluso pudiera traerle problemas al nuevo mandatario, al interior del partido comunista, quienes en la transición esperaban un vuelco a aquella dialéctica manejada por los hermanos Castro.

Hace un tiempo, unas tres generaciones de cubanos no concebían la vida en la Isla, sin la presencia de su presidente Fidel Castro. Fueron 49 años ininterrumpidos en los que el Comandante gobernó ese pedazo de paraíso que se quedó anquilosado en el tiempo, despertando odios y amores, pero, sobre todo, instaurando un status quo que nadie se ha atrevido a romper.

Si bien, al momento de su deceso en el 2008, Fidel dejó un vacío inmenso en miles de simpatizantes de su régimen, el golpe moral no fue tan drástico al llegar su hermano Raúl a la silla presidencial. Pese a compartir el mismo apellido, y las mismas doctrinas ideológicas; con el menor de los Castro se vieron algunos cambios principalmente reflejados en la eliminación de pequeñas prohibiciones como la renta de automóviles, el libre acceso a hoteles y la venta libre de teléfonos celulares. De la misma forma, y contando con un hombre como Obama al mando de los Estados Unidos, se levantó el famoso bloqueo económico, y se restablecieron relaciones diplomáticas con ese país, algo impensado y que probablemente jamás hubiera ocurrido con Fidel al mando.

No obstante, y pese a las pequeñas diferencias que pudiera haber entre un Castro y el otro, los problemas de fondo en Cuba, o las necesidades que desde hace medio siglo se convirtieron en la vida cotidiana de los cubanos, en nada cambiaron. Hoy, luego de 12 años de gobierno del exmilitar que, a diferencia de su hermano, y del mismo Che Guevara desarrolló una doctrina militar más apegada a la institucionalidad, la isla, queda herida de muerte en términos económicos, y ese es el gran reto para Miguel Díaz Canel, el recién elegido presidente cubano.

Díaz Canel, fiel amigo de la revolución castrista, y con unos años menos de voltaje, pero convencido de que ese era el camino indicado, desde 2013, año en el que se convirtió en primer vicepresidente del pueblo cubano, se fue perfilando como el sucesor de los Castro, y de su legado, cosa que, aunque histórica, por ser relevo generacional sin ser de esa dinastía, poco o nada, puede cambiar para el cubano promedio.

Mientras el gobierno de la isla, siga manteniendo el congelamiento de la iniciativa privada, la hostilidad de relaciones con Estados Unidos al mando de Donald Trump, y reprimiendo todo lo que pueda generar progreso económico y flujo de dinero, por contrariar el comunismo instaurado; nada más que a la cara del personaje se verá distinto.

Aquel término “gatopardismo” que en las ciencias políticas asocia a cambiar todo para que nada cambie, encajaría perfecto en Cuba, en donde puede haber reformas superficiales, llamativas, atractivas, de manos de alguien que desea “modernizar” la isla, pero el fondo sigue y seguirá siendo el mismo, y aquello incluso pudiera traerle problemas al nuevo mandatario, al interior del partido comunista, quienes en la transición esperaban un vuelco a aquella dialéctica manejada por los hermanos Castro.

REDACCIÓN EDITORIAL

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