Criminales disfrazados de hinchas

Ya es hora de ir pensando de sancionar de por vida a aquellos personajes que le hacen daño al fútbol, tal y como ocurriera con los eventos bochornosos acaecidos en el pasado Mundial.

Una nueva víctima de las malas pasiones futboleras cobró esta semana la inconsciencia y la intolerancia en Ibagué. Un joven hincha del Atlético Nacional y que trabajaba limpiando y brillando carros de carga pesada en el sector de la Variante, fue brutalmente asesinado por parte de unos ocho supuestos hinchas del América de Cali, que venían pasando en el planchón de una mula, rumbo a Cali.

Al parecer, el único pecado de Julián Ernesto Casasbuenas, oriundo del barrio El Bosque, fue tener una prenda distintiva del equipo verdolaga, club de sus amores, que el pasado domingo enfrentó a Millonarios, encuentro disputado en el estadio Atanasio Girardot de Medellín, y al que el muchacho pensaba seguir por televisión esa noche.

Casasbuenas, quien era reconocido por la comunidad de La Martinica, por su afición a los camiones y tractomulas, y por su trabajo lavando y brillando, con lo cual lograba mantener a su familia, fue sorprendido por los maleantes, quienes no tuvieron reparo en bajarse del planchón en donde venían colados, y darle muerte a puñaladas y machetazos.

Lo más lamentable y repudiable del asunto, es que pese a que después de los hechos, la Policía logró dar captura a los responsables del crimen, el procedimiento de aprehensión fue declarado como ilegal, por cuenta de que pasaron tres horas entre los hechos y la captura, así como también, que, al momento de interceptarlos, ninguno de ellos, portaba armas blancas, contrariando aquello con la versión.

Además de lamentar y rechazar aquella decisión de dar libertad a los ocho involucrados, cosa que no entendemos, ni compartimos, resulta lamentable, que, para muchos vándalos disfrazados de hinchas, la vida no valga nada, y más aún cuando la justicia no garantiza que el que la cometa, la pague.

La intolerancia entre “amantes” del fútbol, se ha vuelto tan peligrosa, que vestir una camiseta, o una gorra, de algún equipo, hoy no es garantía de nada, pues aquello pareciera ser un insulto, y una sentencia de muerte, sin siquiera estar en un estadio.

Pese a los varios grupos de hinchas responsables, que quieren eliminar la violencia entre amantes del fútbol, lo ocurrido en Ibagué, y aquello que pasa frecuentemente en diferentes ciudades de Colombia, evidencia que la intolerancia, a veces mezclada con alcohol y drogas, nos están ganando la batalla.

Es momento de que las autoridades empiecen a tomar cartas en el asunto, y aquello sería lo único rescatable de tener a un político como Presidente de la Dimayor. Ya es hora de ir pensando de sancionar de por vida a aquellos personajes que le hacen daño al fútbol, tal y como ocurriera con los eventos bochornosos acaecidos en el pasado Mundial.

A la familia de Julián Ernesto, nuestra solidaridad. Su muerte al parecer quedará impune como tantas en este país.

REDACCIÓN EDITORIAL

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