¿Reír o llorar?

Según constitucionalistas como David Murillo, pese a dichos episodios, en los que la justicia colombiana ha quedado tan mal parada, no se debería perder la esperanza en ella, y contrario, hacer todo para intentar blindarla, y alejarla de la politiquería rampante en todas las esferas de lo publico.

Justamente ayer decíamos en este mismo espacio editorial, que la justicia cojea más que cualquier cojo, y al igual que ese viejo cliché de que cojea, pero llega, aquello tiene tanto de verdad, como de mentira. Cada caso es distinto, y estando de buenas, los astros, el universo, Dios, Alá o Mahoma, permiten en ciertas ocasiones, que las pruebas por casualidad no se dañen, que los fiscales sean independientes, que a los jueces no los amenacen, y que las leyes sean drásticas cuando tienen que serlo.

Casos espeluznantes como el de Garavito, Uribe Noguera, el Monstruo de Monserrate, entre otros, han tenido condenas ejemplares dentro de lo posible. Sin embargo, otros tantos quedan en la impunidad, como los magnicidios de Luis Carlos Galán, Rodrigo Lara Bonilla, Jaime Garzón, entre muchos otros crímenes que, si bien no quedan impunes, tienen condenas risibles, o beneficios como la casa por cárcel, o la reducción de penas, como por ejemplo la que está gestionando el exalcalde de Ibagué, Luis H. Rodríguez.

El mal llamado “cartel de la toga”, al igual que el caso Odebrecht, fueron muestras recientes que tenemos un gravísimo problema en la justicia, y que al igual que ese otro dicho macondiano, de que la ley en Colombia solo es para los de ruana, habría que agregarle que aquí impera la ley del amigo, del conocido, de la cuota, del favor, del mandado, del favor con favor se paga, del yo doy - tu das, de la ficha del doctor Zutano que logra evadir la justicia para Fulano.

Según constitucionalistas como David Murillo, pese a dichos episodios, en los que la justicia colombiana ha quedado tan mal parada, no se debería perder la esperanza en ella, y contrario, hacer todo para intentar blindarla, y alejarla de la politiquería rampante en todas las esferas de lo publico. Para nadie es un secreto la politización en las altas cortes, y la forma en que aquello ha incido en decisiones trascendentales para el país, como por ejemplo los sobornos de Odebrecht y la muerte de Jorge Enrique Pizano.

En cualquier otro país, el Fiscal General hace tiempo habría renunciado para recuperar algo de dignidad, debido a tantas dudas o hubiera sido relevado por el Congreso, pero no en Colombia. Lejos está el día de una reforma a la justicia, y mientras eso ocurre, tal y como dice el presidente Duque, hay que darle dientes a la fuerza pública, y a la ley, para que nadie pueda decir que el que la hace, no la paga, pero también, hay que garantizar que quienes integran las magistraturas, sean personas honorables, con capacidades, y sobre todo con autoridad moral, pues como dijera el respetado y culto Carlos Gaviria, la ética, tiene todo que ver con el derecho, y en este caso con la justicia.

REDACCIÓN EDITORIAL

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