Jorge Luis, conductor de un sueño infantil

El primer carrito que le dieron a Jorge Luis siendo niño se encuentra entre la colección de piezas a escala que desde hace 20 años permanece oculta de la vista de curiosos.

Quién no recuerda su primer juguete? u ¿olvida aquellos años en los que los carros y los muñecos se convertían en la mayor atracción?

Hoy como a sus cinco años de edad, Jorge Luis Raful es una de las pocas personas que siendo adulto conserva el que en otros tiempos era un sueño de niños: tener una envidiable colección de autos en miniatura de todos los modelos, colores y estilos.

Este ibaguereño, mercadotecnista de profesión, atesora más de 200 vehículos Matchbox producidos en Inglaterra, a los que tiene custodiados por un selecto ejército romano, bárbaro y de caballeros feudales.  

Para él, sus mayores excentricidades siempre han sido sus dos colecciones “la de carritos y las tres series de soldados fabricados en Alemania”, que no deja ni siquiera que sean tocados por sus seres queridos.

Al pasado
Su tesoro lo inició hace 43 años. Por aquella época se empezaron a importar en Ibagué vehículos coleccionables que un día fueron ‘descubiertos’ por su madre Margarita Lastra de Raful, quien sin proponérselo lo introdujo en el fascinante mundo de los coleccionistas.

Según contó, su progenitora lo sorprendió con un bello ejemplar, y los regalos de este tipo se fueron tornando frecuentes conforme pasaban los años.

“En la calle 12 entre carrera Tercera y Cuarta estaba el almacén Capricho, donde vendían artículos bonitos y finos, del cual mi madre se había vuelto clienta, y siempre adquiría los carritos para mí, que en la década del 69 tenían un costo que oscilaba entre los cinco y  los 15 pesos”, refirió.

A medida que Jorge Luis iba creciendo también lo hacía su tesoro, producto del obsequio de sus padres, familiares y de su propio sacrificio.

“Si bien las miniaturas me las daban para jugar y yo lo hacía, siempre sentí interés de conservarlas, por ello jugaba sobre la cama, me arrepiento de no haberles guardado también las cajitas”, mencionó.

Su pasión era tal que sabía con exactitud cuáles tenía, a tal punto que cuando le era obsequiado un ejemplar repetido sin dudarlo solicitaba fuera cambiado.

Y es precisamente por su interés de que todos fueran distintos que a medida que la circulación de los automotores Matchbox en Ibagué se estancó, empezó a comprarlos por fuera o a encargárselos a conocidos, de ahí que es de los que hubiera querido tener un millón de amigos para encargarle a cada uno un carrito cuando salían fuera del país.

La adquisición de estas piezas a escala terminó abruptamente en el año 80 dado que éstos ya no eran ingleses sino chinos y él se declara un “chinofóbico en potencia”.

“Jamás me gustaron porque la calidad no era la misma, de hecho ni siquiera eran en hierro”, argumentó.

Credito
EL NUEVO DÍA

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