Jaime Llano González: el cielo se alegra con un excelso intérprete

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El primer organista nacional, uno de los más ilustres referentes de los aires típicos del país, subió ayer para acompañar con sus bellos sonidos magistrales al dador de la vida.

“Cuando alguien quiera regalarme algo, que en verdad me guste, puede darme un buen disco, porque la gran pasión de mi vida siempre ha sido mi familia y la música”, así lo aseguraba Jaime Llano González, uno de los maestros de la música colombiana, quien falleció ayer en la mañana.

Durante varias décadas vivió en el ocidente de la Capital del país, en una casa grande que le quedó pequeña para su colección, que es tan grande (acetatos, discos compactos y casetes), a tal punto, que jamás se atrevió a contarla.

Fueron más de 55 años coleccionando música, casi seis décadas de actividad profesional, aunque afirmaba que podrían haber sido más, porque las dificultades que se le presentaron en el comienzo de su exitosa carrera fueron muchas.

“No estudié porque en ese entonces sólo se enseñaba piano clásico en el Conservatorio. Mi ilusión era tocar la música colombiana en un instrumento que sonaba muy bonito. Entonces, nunca tuve un profesor, porque no había quien tocara música popular en piano u órgano”, dijo aquel entonces.

Fue una época difícil para él, seducido por ese instrumento, pero con la barrera de los puristas, quienes afirmaban que el piano y el órgano sólo podían ser usados para piezas clásicas.

Pero con esa rebeldía que poseen los jóvenes inquietos, llenos de ganas de hacer cosas diferentes, en ocasiones sólo por el simple hecho de llevar la contraria a los mayores, y casi de manera autodidacta, aprendió a tocar el órgano, adaptando la extensa partitura de la música colombiana a este instrumento musical.

Él recordaba que la música le gustó siempre, y que esto lo heredó de su madre, una importante maestra de piano de Titiribí, Antioquia, su pueblo natal, quien enseñaba piezas clásicas a sus alumnos, mientras pasillos y valses al pequeño Jaime.

El tocar pasillos fue tan solo el comienzo de esa fiel relación que duró toda la vida. “Eran sólo los primeros ejercicios; cuando mi madre vio que dominaba este tipo de ritmos, pasamos a los bambucos, que son más complicados, pero con un atractivo especial para los músicos”.

Además, agregaba: “Mi madre me enseñó que para tocar música colombiana era absolutamente necesario tocar tiple, porque era el que le daba el sabor colombiano”. Finalmente, el tiple le gustó, por eso siempre intentaba que estuviera en sus discos, casi con la misma importancia que el órgano.

 

Amor a primera vista

El amor por el órgano nació en una pequeña visita que hizo a Bogotá, a un almacén en el que importaban instrumentos. Allí lo vio, lo escuchó y, simplemente, no volvió a dejar de pensar en él.

En la Universidad de Antioquia empezó su carrera de Medicina, la que abandonó a los dos años por dificultades de diferentes índoles. Por eso, a principios de la década del 50, del siglo pasado, Llano empacó maletas y viajó rumbo a la capital, para probar suerte en una ciudad donde la competencia entre profesionales del órgano era intensa.

Eso sí, a pesar de los años en la fría Bogotá, en su casa todas las costumbres eran paisas, por lo que no faltaban los fríjoles, las arepas y el aguardiente, que solía tomar, sagradamente, antes de ir a la cama.

Reconocía que tuvo momentos difíciles para adaptarse a la vida en Bogotá, y por un tiempo vivió en Pereira, donde las costumbres eran parecidas a las de su tierra natal. Allí trabajó en una emisora, pero viendo que no podía levantar cabeza, regresó a Bogotá.

En medio de su trabajo como vendedor en un almacén de electrodomésticos, cada tiempo libre lo dedicó a conocer el órgano, por dentro y por fuera. Tocarlo y tocarlo, experimentar con nuevas formas y adaptar cientos de partituras a él, lo que lo llevó a ser considerado el mejor organista colombiano, lugar que conserva porque no tiene rival.

El maestro no llevaba el número exacto de discos grabados, decía que eran cerca de 66 o 68 producciones discográficas. “He sido afortunado, porque las fabricas de discos me han apoyado siempre y por el seguir haciendo sus conciertos y presentaciones”.

Lo vital es que el legado permanezca, y así lo cumple Jonathan Reyes Rodríguez, un santanderano de 21 años que defiende la interpretación de Llano González: la lleva también en sus manos.

“Pienso mucho en él, porque fue el referente más grande de mi corta carrera”, dijo a EL NUEVO DÍA en junio pasado, tras ganar el premio Mono Núñez instrumental como Mejor Solista, al hacer gala de esta virtud musical.

Él se mide sin complicaciones a un órgano como el que por décadas interpretara a la perfección el gran Llano González, causante de las mejores alegrías musicales del país.

 

El legado pervive

HERNÁN CAMILO YEPES V.

Lo vital es que el legado permanezca, y así lo cumple Jonathan Reyes Rodríguez, un santanderano de 21 años que defiende la interpretación de Llano González: la lleva también en sus manos.

“Pienso mucho en él, porque fue el referente más grande de mi corta carrera”, dijo a EL NUEVO DÍA en junio pasado, tras ganar el premio Mono Núñez instrumental como Mejor Solista, al hacer gala de esta virtud musical.

Él se mide sin complicaciones a un órgano como el que por décadas interpretara a la perfección el gran Llano González, causante de las mejores alegrías musicales del país.

 

Dato

El maestro Jaime Llano compuso algunas piezas, como la recordada danza ‘Si te vuelvo a besar’ y el bambuco ‘El republicano’.

Credito
COLPRENSA

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