Daniel Mordzinski y el “atlas humano” de la literatura

SUMINISTRADA POR ULIBRO- EL NUEVO DÍA
El fotógrafo argentino se ha pasado los últimos cuarenta años fotografiando a los escritores más importantes del mundo. Estuvo de visita en la Feria del Libro de Bucaramanga, Ulibro 2018, y relató cómo fue fotografiar a Borges, Cortázar, Gabo y Vargas Llosa.

No hay un laureado del Premio Nobel de Literatura de los últimos treinta años que no haya pasado por el lente de Daniel Mordzinski. Y casi todos los escritores de América, por no decir todos, han sido captados por su intuición y su capacidad de contar historias a través de las fotografías.

Mordzinski, nacido hace 58 años en Buenos Aires (Argentina), decidió, después de estudiar Cine y de querer ser escritor, que sería fotógrafo. 

Pero no cualquiera. Desde que a sus 18 años retrató a Jorge Luis Borges por azar del destino y más tarde a Cortázar, decidió que sería el retratista de los protagonistas más destacados de las letras alrededor del mundo. 

Trabaja desde hace 40 años en un ambicioso “atlas humano’’ de la literatura iberoamericana y por qué no, mundial. 

Además, ha sido corresponsal gráfico en algunos medios, actualmente en El País de España, y es el fotógrafo de numerosos encuentros literarios entre los que destaca el Hay Festival de Cartagena y el Filba de Buenos Aires. 

A través de sus ‘fotinskis’, su método de trabajo que consiste en sacar al escritor de su zona de confort, ha retratado más de 400 autores entre los cuales se destacan Jorge Luis Borges, Blanca Varela, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Laura Restrepo, Álvaro Mutis, Juan Gelman, Octavio Paz, Mario Benedetti y más. 

 

“Todo empezó con borges”

El día que conoció a Jorge Luis Borges, Daniel Mordzinski tenía 18 años, estudiaba cine y no tenía ni la más mínima idea de que se iba a encontrar con el escritor argentino ni de que 40 años después sería reconocido por fotografiar escritores. 

Un profesor lo escogió para ser ayudante en una película sobre Borges y él acudió. Cuando lo vio, a Borges, ya consagrado y considerado uno de los mejores escritores del siglo XX, vestido de negro, sentado de perfil en una silla de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, corrió a casa y pidió prestada la vieja cámara de su padre. Se presentó y le preguntó si podía fotografiarlo.

“Claro que sí”, le respondió, “me parece un buen gesto de tu parte, que siendo yo ciego, me pidas permiso”.

Entonces empezaron a hablar y Daniel a tomarle fotos. “¿Por qué quieres tomarme fotos?”, preguntó Borges. Daniel le respondió que lo admiraba y había leído sus poemas y cuentos.

“¿Ah, sí? ¿Qué le gusta, Daniel, de mis cuentitos?”, volvió a preguntar.

El chico, saliendo al paso intentó contestar algo inteligente referente a la prosa o al estilo y el escritor no solo lo escuchó y le siguió lanzando preguntas sobre su vida sino que hizo todos los esfuerzos posibles por adaptarse a las demandas de la foto. 

“El tipo me hizo sentir como si el erudito fuera yo y él el de 18 años. Ese día de 1978 fue mi primer día de rodaje, hice mis primeras fotografías y aprendí que la humildad es un rasgo muy importante en el artista y que Borges la tenía toda”, recuerda Daniel.

 

Las ‘fotinskis’

En enero de 2010, cuando se encontraron en el restaurante de un hotel en Cartagena, durante el Hay Festival, el nobel de literatura Mario Vargas Llosa invitó a Daniel a desayunar con él. El fotógrafo ya había tenido la oportunidad de tomarle varias fotos y entre ellos ya crecía una gran amistad;sin embargo, nunca le había hecho una de sus ‘fotinskis’.

“¿Qué es eso Daniel?”, le preguntó el escritor. “Pues fácil, foto más Mordzinski igual a fotinski, una foto que yo me invento”, le respondió. 

“¿Y no voy a quedar en ridículo?”, volvió a preguntar. Daniel le respondió que no. “Hagamos una de tus fotos locas entonces”, se comprometió Mario.

Quedaron de verse después de la una de la tarde, cuando el autor terminara una charla que daría a esa hora. Se despidieron y Daniel se fue para su habitación a buscar el equipo para salir a tomar las fotos del festival. A la una en punto estuvo allí, pues necesitaba desocuparse antes de las tres. Después del conversatorio, Vargas Llosa firmó miles de libros, la fila era interminable y el reloj marcaba más de las dos. La idea de la ‘fotinski’ estaba lista, ya que unos minutos antes había pedido ayuda al personal del hotel para tener todo listo. Daniel lo retrataría debajo de una sábana, con una vela encendida y su mano derecha haciendo lo que mejor sabía hacer:escribir, casi la misma escena que el nobel peruano cuenta en uno de sus libros, pues su mamá le ordenaba que apagara la luz y dejara de leer y él seguía haciéndolo debajo de la sábana con la ayuda de una linterna. 

Al fin se acabó la fila y Daniel, como pudo, sacó de ahí a Mario, lo metió en un taxi a pesar de que el hotel era muy cerca, con la excusa de que era más seguro, pero en realidad era para que nadie lo parara en el camino. Tenía solo unos minutos para hacer la ‘fotinski’ y entonces mientras dos personas sostenían la sábana, él guiaba al escritor. Al final, logró la foto y salió corriendo sin decir para donde. 

A las tres tenía una cita en la casa de Gabriel García Márquez y no quería llegar tarde. No podía decirle a Vargas Llosa que el afán era por el nobel colombiano, ni a Gabo que llegaba tarde porque estaba retratando a Mario. No se hablaban desde 1976, tras años de amistad, vecindad y complicidad, debido a una pelea de la que nunca se supo mucho. Ese día logró cumplirle a los dos y ese mismo año, en diciembre, acompañó a Mario a recibir su Nobel de Literatura y lo retrató nuevamente mientras se arreglaba para tal evento. 

 

Un invitado llamado julio Cortázar

En 1979, poco después de su encuentro con Borges, las fotos y la película, Daniel Mordzinski se radicó en París. Aún no sabía bien lo que iba a ser:escritor, cineasta, reportero gráfico, pero además de leer lo que más hacía era tomar fotografías con la cámara que tomó prestada de su padre, sin intención de devolverla, cuando decidió irse para la capital francesa.

Después de tomar muchas “fotos comunes y de contrastes fáciles” como la del mendigo al lado de un McDonald’s, le propusieron hacer una exposición. Él escogió 38 fotos y el día antes de la exposición se sintió más solo que nunca. No tenía idea de lo que iba a pasar con sus fotos, pero sintió la necesidad de invitar a la persona que más lo motivó para que llegara a París: Julio Florencio Cortázar. 

Nunca lo había visto y era imposible encontrarlo así no más, pues “era el autor más innovador y original de su tiempo y por lo tanto no tenía tiempo”.Sin embargo, bajó los seis pisos, cruzó la avenida, entró al correo, fue a la guía telefónica, buscó la letra C, encontró Cortázar, buscó Julio y ahí estaba, Julio Florencio Cortázar y su número. 

Daniel arrancó la página, se fue al teléfono y con la mano temblorosa marcó. Lo atendió el contestador. Volvió a marcar y le dejó un mensaje: 

“Hola, me llamo Daniel, no soy nadie, nunca hice nada, pero mañana inauguro la primera exposición de mi vida y sería el pibe más feliz si pudieras acompañarme”.Le dejó la dirección y colgó. Julio fue, recorrió la exposición y se tomó una foto con el expositor. Luego de ese día y con la convicción de que su misión sería retratar escritores, Daniel tuvo la oportunidad de fotografiar a Julio varias veces antes de su muerte en el 84.

Credito
IRINA YUSSEFF MUJICA

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