“La Guerra Civil española es mucha veces Colombia”

COLPRENSA - EL NUEVO DÍA
Entrevista con el escritor y periodista Víctor Diusabá, quien presenta su libro ‘Los beatos mueren a las cinco’.

Víctor Diusabá es como una gran enciclopedia. De esas que había antes de la llegada de internet. De esas mismas que instruían sobre historia, geografía, pero también informaban, como decía Jorge Valdano, de la cosa más importante entre las menos importantes: el fútbol. Así es Víctor, un hombre con el que por la mañana se puede hablar de los hechos más trascendentales de este país y en la tarde sostener un entretenido debate sobre las principales leyendas del fútbol argentino de los años sesenta.

Su alma de periodista, siempre presente, le dio un espacio a la escritura de una novela histórica. Su nuevo libro, ‘Los beatos mueren a las cinco’, es una clase magistral de cómo en la literatura puede existir un matrimonio al que pocos pueden atreverse: la reportería unida con la ficción. Una pareja bien difícil de combinar, pero Víctor lo logra con la maestría de quien ha pasado por las salas de redacción de los principales medios colombianos. Durante varios años sumergido en la historia de la Guerra Civil española, este bogotano, ‘nacionalizado’ en el Valle del Cauca, recordó la historia de la ejecución de un grupo de religiosos colombianos durante el sangriento conflicto en la Madre Patria.

Del lanzamiento de su nueva obra, pero también de periodismo y de historia habló Víctor Diusabá con esta redacción:

-¿Cómo se topa con esta historia de los religiosos colombianos que mueren violentamente durante la Guerra Civil española y cuándo decide hacer el libro?

Diría, primero, cómo me topo con la Guerra Civil Española, que bien dice Paul Preston no ha podido ser empequeñecida por conflictos posteriores, incluida la Segunda Guerra Mundial. De hecho, se han escrito más de 15.000 libros sobre la Guerra Civil, más los que se siguen y se seguirán escribiendo. Es en esa extraña pasión que linda con la obsesión que, durante mi permanencia en España, escarbo en este caso conocido pero olvidado donde tanto españoles como colombianos nos vemos involucrados para, al final, decidir contarlo sobre la base de lo que sucedió. Solo que lo hago con personajes de ficción que trasladan hechos y sentimientos hasta nuestros días.

-¿Este es el único caso en el que convergen los intereses de las dos naciones durante ese periodo (1936 - 1939), o hay más?

Digamos que, por una parte, hay más ciudadanos nuestros metidos en la Guerra. Por ejemplo, un hombre que termina sirviendo a la causa de los golpistas, lo que hoy se conoce como el franquismo y se fue de esta vida con honores de héroe, por parte de sus correligionarios. O estudiantes que se pusieron a la orden de la defensa del Gobierno de la República, pero que su rastro se pierde, al menos en lo que pude consultar en archivos oficiales. Lo que sí queda claro es que durante esos tres años, la Guerra Civil española fue algo más que comidilla de círculos sociales. En realidad, buena parte de la política colombiana gravitó sobre lo que pasaba allí.

-Entonces, en ese momento son vasos comunicantes de grandes proporciones entre una sociedad y la otra…

Es que esas primeras décadas marcan el destino de la humanidad, incluso hasta nuestros días. Y aunque todo suele llegarnos tarde, no fuimos la excepción. El debate de ideas y los hechos que eso desencadenó hacen de esa etapa una de las más importantes en la historia del hombre moderno. La Revolución Mexicana, La Revolución Bolchevique, La Primera Guerra Mundial, La Gran Crisis Económica, El anarquismo, el fascismo, el nazismo son elementos simultáneos de una gran ebullición. Y con ellos nombres como Stalin, Hitler, Mussolini. A Colombia le llegan esos vientos en medio del fin de la hegemonía conservadora y la irrupción de la Revolución en Marcha de López Pumarejo en el 34.

Entonces no es extraño que, primero, ese gobierno liberal beba en las aguas de la Segunda República y en sus ideas progresistas y, enseguida, una vez sucede el intento de golpe comandado por Franco y sus hombres, este país se ponga en una orilla o en la otra. Solo basta entrar en los diarios de la época para ver la forma cómo se asumió esa Guerra nada lejana. Y ni hablar años después. Si uno encuentra elementos comunes es entre ese conflicto y nuestra violencia bipartidista. Más allá de las consignas, se lo garantizo. La Guerra Civil española es muchas veces Colombia, en los 40 y 50, y en la intolerancia de siempre.

-¿Quiénes eran estos religiosos que usted describe en el libro y por qué terminan en España?

Eran hermanos de la orden de San Juan de Dios que habían llegado como fruto de un proceso de reclutamiento por parte de la iglesia católica en zonas rurales. Ellos no tenían ni la capacidad económica ni la formación para ser sacerdotes. A lo único que podían aspirar era a lo que eran, hermanos hospitalarios que seguían el ejemplo de Juan de Dios. Eran campesinos de Antioquia, de Caldas, de Boyacá, del Huila. Viajan en diferentes momentos y coinciden como enfermeros, camilleros y auxiliares en un hospital psiquiátrico en Ciempozuelos, un pueblo a poco más de 30 kilómetros de Madrid. Allí los sorprende la Guerra. Surge a partir de ahí ese gran contraste de todos los tiempos: la guerra saca lo peor, pero también lo mejor del ser humano.

-Hay un aspecto que llama mucho la atención y es justamente el título del libro: ‘Los beatos mueren a las cinco’…

Bueno, eso le quita un poco de misterio al libro, pero le respondo. Lo que sucede es que a los presos políticos (o los que se les pareciera) los llevaban sus verdugos a las afueras de pueblos y ciudades, en lo que se conocía como “sacas” o “paseos”. Bueno, no solo ha pasado en la España de entonces. A Federico García Lorca y a tres personas más (un maestro de escuela y dos banderilleros) los llevaron falangistas y otras gentes de derecha para matarlos en un lugar cercano a Viznar, cerca a Granada. A los hermanos hospitalarios colombianos, y a un compatriota más, les tocó padecer la barbarie del otro extremo. Fueron milicias anarquistas los que los ejecutaron en inmediaciones de Barcelona. Eso se hacía casi siempre a la madrugada. Por eso, los que luego fueron beatos estaban marcados para morir a esa hora…

-¿De alguna manera el libro se puede entender como una reivindicación de la vida de estos religiosos, que en Colombia ha quedado un poco al margen?

Sí, de un lado. Fueron hombres humildes que murieron en manos de otros humildes que decían luchar por los humildes. Representan a muchas más víctimas que pagaron con sus vidas el hecho de comulgar con un credo religioso, como les pasó a ellos, o ser sindicalistas, como sucedió con miles a los que los golpistas asesinaron por el simple hecho de serlos. O profesores, uno de los gremios perseguidos con más saña por los hombres al mando de Francisco Franco. Pero el libro también pretende sentar a dos responsables de la Guerra (la iglesia católica y los anarquistas) para, muchos años después, mirarse a la cara y admitir sus responsabilidades en esa hecatombe. Como deberían pasar a ese tablero otros sectores políticos y sociales, lo que pasa es que son ellos dos a los que junta la historia en este capítulo.

-Y hay una revelación que resulta sorprendente, esa de un Gobierno que entonces repara a las víctimas en esos tiempos, a pesar de que está quebrado y a punto de perder la guerra…

Sí, eso también influye en la decisión de hacer pública esta historia. Más aún cuando en nuestros tiempos la reparación sigue siendo un tema tan complejo. No sé si hay casos iguales, pero como precedente vale tenerlo en cuenta.

Han pasado 80 años de la Guerra Civil en España y sin embargo parece que las heridas no terminan de cerrarse, justamente hay una gran discusión en España ahora con los despojos del dictador Franco.

-Usted que es conocedor de la realidad española, ¿qué es lo que sucede en España con este tema?

Es que son mucho menos que 80 años. La Guerra Civil terminó en el 39, pero, y retomo a Preston, “Franco se esmeró por mantener la guerra como una llaga viva ardiente, tanto dentro como fuera de España”. Y eso duró hasta el 75 cuando por fin se marchó, e incluso un poco más. Muchas generaciones están marcadas para siempre en ese país. Son pocos los españoles que no vieron caer o sufrir a uno de los suyos por culpa del otro bando. Y hay una lucha por la memoria que de manera justa pretenden todos, pero sobre todo quienes perdieron la Guerra. Francisco Franco será motivo de división en esa sociedad durante no sé cuántos años. Lo que sí me consta es que un tema que genera tanto encono jamás desemboca hoy en una acción violenta de hecho. Ese es un signo de madurez que ya quisiera yo en Colombia.

-¿Para qué le sirvió la experiencia de tantos años como periodista en el desarrollo de este libro?

El periodismo es una excelente herramienta tanto a la hora de investigar como a la hora de encontrar un lenguaje para contar lo que pasó y poder traer (en este caso con un recurso literario) a nuestros días la historia de lo que pasó allí. Con esos elementos a la mano es posible incursionar en un género que obliga a tener de dónde y cómo tirar para producir obras que por su carácter - el de estar elaboradas sobre hechos reales - tanto al debate como a la reflexión. Por esa misma formación a la que hace referencia en la pregunta me cuesta arrancar solo de la imaginación, es imposible. Ya me había pasado con ‘El 9 de abril, la voz del pueblo’, a pesar de que traté de ser lo más fiel posible a mis entrevistados; y aún más en ‘El espía que compró el cielo’, donde decidí dar ese paso a lo literario.

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EL PAIS

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