Muchos conocen a María Victoria Bonilla Varón por sus monumentales esculturas erigidas en puntos claves de la capital Musical, pero pocos como la amante fiel de las tortugas, sus amigas de caparazón.

Esta artista plástica llamada cariñosamente ‘Totoya’, guarda en casa más de mil figuras de este quelonio, en su mayoría obsequios de amores, amigos, familiares, colegas y alumnos.

Su gusto por este reptil, del que le apasiona su sabiduría y su paso lento, se remonta al año 1982, mientras cursaba estudios de Bellas Artes en la Universidad Nacional. Allí un novio empezó a llamarla “tortoya”, por lo despaciosa.

De ese sobrenombre que le encanta, le siguió el primer obsequio: una tortuga, y con ello el interés por el espécimen se apoderó de su existencia. “Empecé a investigar sobre las tortugas y a descubrir que tienen todo el conocimiento del mundo por ser tan longevas”.

Luego de esa primera etapa le fue regalada una tortuga de verdad a la que bautizó “oscarina”, que se convirtió en la compañía de una rana que habitaba el solar de la casa, y cuya vida llegó a su fin un año después.

“Ahí me dí cuenta que no podía volver a tener en cautiverio un animal de este tipo vivo, puesto que el no estar en su hábitat le era un peligro, y preferí tener réplicas”.

Con el pasar del tiempo el rumor de la atracción de María Victoria por esta especie se fue propagando entre su círculo social y los obsequios empezaron a tocar su puerta.

Hoy dos décadas después tiene álbum, cuadros, prendas de vestir, aretes, anillos, relojes, billeteras, prendedores, móviles, velas, cadenas, llaveros, cofres y hasta peluches de distintas partes del globo.

Su colección incluye cientos de figuras en distintos tamaños y técnicas, entre las que se encuentran oro, plata, bronce, mármol, arcilla, resina, conchas, parafina, madera, roca, tela, lana, cristal, plástico, pasta y fique.