Después de tres siglos

Jaime Calderón Herrera

Me parece que al mundo de hoy le hace falta la filosofía. Al menos en occidente, al abolir la historia y la geografía de los modelos educativos, nos han convertido en seres atemporales y sin referenciación del lugar que habitamos.
PUBLICIDAD

Ignorantes en ciencias básicas, la manigua de la tecnología nos ha conducido a ser sus usuarios, eufemismo para no llamarnos sus esclavos. Si, esclavos de lo instantáneo, de lo fugaz. Entregamos sin esfuerzo la privacidad por la comodidad: toda nuestra vida se convirtió en datos que un servidor almacena y otra máquina los interpreta para convertirlos en información y por ende en mercancía. Ahora prima el individuo, el egoísmo y desaparece de manera progresiva la empatía sustituida por la competencia. El entendimiento y la razón queda cada vez más en menos personas y los demás nos adentramos en un nuevo oscurantismo donde la superstición, los mitos, las falacias y las mentiras reemplazan a la razón y al orden moral. Desnudos e ignorantes somos más vulnerables a la manipulación, a consumir baratijas materiales y espirituales. Herramientas como las que se desarrollan a partir de la inteligencia artificial reemplazarán muchas de nuestras actividades, y así como el tecleo en los computadores reemplaza la escritura manual, la falta de actividad física e intelectual modificará nuestros cerebros tanto en lo cognitivo como en lo emocional.

Trescientos años después del nacimiento de Immanuel Kant resurge como hace tres siglos: como la tercera vía entre el argumento que lo real es lo que nuestros sentidos nos informan versus la afirmación de que la razón es tan poderosa, que puede llegar a explicarlo todo. Kant reconoce que la razón nos puede llevar demasiado lejos pero que tiene sus límites, y dado que estamos dotados para hacernos todas las preguntas, no estamos capacitados para obtener todas las respuestas. Su distinción entre el mundo aparente y la esencia atemporal se me antoja un insumo para afrontar los retos de la incertidumbre y la licuefacción progresiva de la humanidad y su razón. El imperativo categórico kantiano que denota una obligación absoluta e incondicional y en toda circunstancia de “obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal”, nos se- ñala un camino para afrontar los desafíos del cambio climático, la era digital y el capitalismo salvaje. Kan va muy bien, pero las ideas de Habermas, Nussbaum, Badiou, Spivak y Han, entre otros, debieran ser materia de estudio de jóvenes, académicos y políticos, para ver si algún día salimos del remolino de la insensatez.
 

JAIME CALDERÓN

Comentarios