El desastre de la educación pública

Rafael Nieto Loaiza

A los jóvenes les hemos dicho que la educación es la escalera del ascenso social, de superación definitiva de la pobreza. Pero tal cosa no está ocurriendo. La educación que reciben no les da las herramientas para ser empleados productivos ni para que sus emprendimientos, casi siempre informales, sean exitosos.
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Por un lado, el sistema educativo tiene brechas de cobertura que es indispensable cerrar. Una, fundamental, en la educación preescolar. En los hogares más pobres apenas un 36% asiste a instituciones de cuidado para la primera infancia. El déficit se refleja rápidamente en la aptitud escolar y otras pruebas de inteligencia. Y la desventaja nunca se acorta con la mayor edad. 

Por el otro, ocurre que aún los niños que fueron a guarderías públicas y que después van a las escuelas oficiales primarias y secundarias tienen en todo caso menor desempeño que aquellos que consiguen ingresar y pagar colegios privados, niños estos que corresponden a hogares de mejores ingresos. Así lo reflejan las pruebas Saber. Hay un incremento sostenido en los puntajes si son mayores los ingresos familiares. Los puntajes promedio de los niños cuyos hogares tienen ingresos de cinco o más salarios mínimos son casi un 80% superiores a los de hogares con ingresos hasta de un salario. 

La diferencia de la calidad educativa se refleja en los resultados globales: el puntaje en las pruebas Saber a favor de los muchachos de los colegios privados sobre los de las escuelas públicas era de 24 puntos. La brecha se amplió con la pandemia y ahora es de 29,5. La virtualidad ahonda la brecha. 

Así las cosas, los muchachos más pobres tienen menos oportunidades de ir a un preescolar, cuando acceden a los colegios oficiales reciben una educación de mucha menor calidad, su riesgo de deserción es mucho mayor que el de los hijos de hogares de más ingresos y, como he señalado en otra ocasión, con todo ello aumentan sustantivamente sus riesgos de ser objeto de violencia homicida (el homicidio tiene una relación directa con la escolaridad. Si usted es universitario, su posibilidad de morir asesinado cae al 0,12%. El año pasado solo 14 de 11.880 asesinados tenían título universitario). 

En cualquier caso, los datos muestran que el sistema educativo colombiano no disminuye la desigualdad y no prepara adecuadamente a los jóvenes ni para el empleo ni para el emprendimiento. La clave está en mejorar la calidad. Las maneras de hacerlo se examinarán en una próxima columna.

 

RAFAEL NIETO LOAIZA

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