La finca debe ser una nevera llena de alimentos

ARCHIVO - EL NUEVO DÍA
El aprovechamiento de la tierra debe ser una constante, con el fin de obtener mayor producción. Según los expertos, los cultivos integrados le proporcionan a los campesinos su seguridad alimentaria.

Si la gente come revuelto, debe sembrar revuelto.

Esa premisa es aplicable hoy, máxime cuando en cabeza de la FAO se habla a diario del peligro de la seguridad alimentaria, principalmente en las clases menos favorecidas. Hay campesinos que tienen tierra, pero al igual que muchos con grandes extensiones, no la saben aprovechar.

De acuerdo con Hernando Niño Rivera, director Ejecutivo de la Corporación Colombia Orgánica, CCO, hay que concebir producción, pero con cultivos integrados, bajo el concepto de permacultura (diseños agrícolas sostenibles, ecológicamente sanos y viables económicamente).

A la par, los entendidos estiman que se deben rescatar variedades de buen rendimiento y que sean rústicas, que no necesiten sustancias químicas para defenderse de plagas y enfermedades, como por ejemplo malanga, batata, sagú, bore, bote, colicero, fríjoles liberales (que se dan por las orillas de los ríos), el fríjol cuarentano, el guandul y el plátano chochote (en Santander le dicen zapatoco), entre muchas más.

En pocas palabras, se puede sembrar balú, naranjos, aguacates y por debajo se llevan las hortalizas y legumbres.

“La misma descomposición de los árboles sirve como cobertura, pero hay unos arbustos que son muy buenos para producir biomasa verde como la tephrosia y la vicia; se siembran y luego se repican, y así, poco a poco, se van construyendo suelos orgánicamente”, agregó.

Niño Rivera explicó que muchas especies, como la guatila, de alto contenido proteico, necesitan sotobosque (presencia de otras plantas para su sombra, como la tocua y la mingua).

“Las variedades nativas son resistentes, e incluso frente a las grandes sequías que trae el fenómeno de ‘El Niño’, tienen buen comportamiento”, agregó.

El gran problema, en su concepto, es que la gente trabaja la seguridad alimentaria con variedades mejoradas y de alto rendimiento, pero frágiles ante ataques de las plagas, enfermedades, cambio climático y suelos pobres.

El investigador considera que las variedades regionales se pueden seleccionar no por el volumen, sino por sus calidades nutricionales, y ahí tienen un espacio muy significativo la quinua y el colicero (pequeño plátano de alto contenido de hierro y que fue la base de la alimentación de los niños a través de coladas en épocas pasadas).

Ese modelo se puede aplicar a todos los pisos térmicos, porque para todas las zonas hay variedades adaptables.

Poca tierra, buena producción

Si se aplica el sistema de cultivos integrados, un campesino puede producir en una hectárea alimento para 20 personas a diario.

Niño Rivera dijo que ese modelo debe contener cítricos, aguacates, plátanos, yuca, hortalizas, verduras y legumbres, para exista un manejo ecológico y una producción de economía de escala.

“Esa hectárea debe ser como una nevera abierta durante los 365 días del año, que cuando se quiere se pueda recoger algo de alimento”, agregó.

Según el directivo de la CCO, las unidades de producción para una familia son de mínimo cinco hectáreas, tal y como acontece con la Granja Agrícola Altamira que maneja la CCO, proyecto agrícola autosostenible con agricultura orgánica y que contiene un modelo con 37 proyectos productivos.

“Además de obtener sus alimentos y excedentes, en ese modelo pueden estar ovejos, pescados, gallinas, pollos de engorde, conejos, cuyes, vaca lechera y la mula para llevar la carga”, agregó.

Niño Rivera expresó que el país está tomando conciencia y “no se puede seguir teniendo una vaca por hectárea, no se puede tener una finca y, sin embargo, ir a las plazas de mercado a comprar lo que se necesita para comer”.

Se trata de asegurar la alimentación y “a futuro no es más rico el que más plata tenga, sino quién menos necesite”, agregó.

Las eras de hortalizas

Otto Hugo Ríos Garrido, ingeniero agrónomo y estimado como una autoridad en cuanto al manejo de suelos de ladera, considera que la seguridad alimentaria se puede solidificar a través de cultivos integrados, por ejemplo, entre hortalizas y verduras.

En su concepto, si una familia campesina logra trabajar 100 metros cuadrados en tierras plantadas con lechuga, rábanos, cilantro, perejil, orégano y aromáticas, tiene trabajo constante y la forma de vivir de ellas.

Se trabaja con variedades de corto periodo que van de 20 a 50 días para su recolección. Todas se pueden sembrar el mismo día y se van sacando en la medida en que cumplen con su ciclo vegetativo.

Ríos Garrido dijo que para mantener en plena producción las eras, se van sembrando otras, pero se rotan con el fin de buscar mayor resistencia a enfermedades y plagas. “Ese policultivo permite a una familia su autoconsumo y producción para comercializar”, agregó. Y si se siembran hierbabuena y albahaca intercaladas, hay un repelente natural, tecnología que se trabaja en plantaciones orgánicas.

No hay competencia, hay simbiosis

Para Nelson Galindo Collazos, ingeniero agrónomo que trabaja la modalidad de “agricultura por sancocho” (varios cultivos en una misma área), la temática de “revolución verde”, que habla de monocultivo, dice que no se deben asociar las siembras, porque hay competencia; pero en la práctica no es tal, porque “se da una armonía, una simbiosis entre las plantas, y ahí un cultivo ayuda al otro. Este argumento es de mucho más peso y una rea-lidad”, afirmó.

Para el investigador, con una hectárea de cultivos integrados, una familia puede vivir dignamente; sin embargo, establecerla tiene un valor de $30 millones, de los que el 50% es mano de obra y el restante son insumos.

“Un pequeño productor no tiene $15 millones para implementarla. Entonces, hemos llevado ese proyecto a mil metros cuadrados, para copar la hectárea en cinco años, paso a paso”, agregó.

Galindo Collazos dijo que los mil metros cuadrados valen $3 millones: 1,5 millones son mano de obra y el resto, insumos.

Al segundo año se montan otros mil metros cuadrados y al tercero, tres mil metros cuadrados, porque el productor ya tiene las semillas y los costos de establecimiento son menores; además, ya cuenta con ingresos de los mil metros cuadrados iniciales. El cuarto año se instalan otros tres mil metros cuadrados y el quinto, los dos mil restantes.

“Cuando se tenga establecida esa hectárea, no necesita más tierra para trabajar y vivir dignamente”, agregó. 

Credito
REDACCIÓN AGROPECUARIA

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