ROLIHLAHLA

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“No creo que mi padre adivinara cuál iba a ser mi futuro, pero tanto mis amigos como mis parientes llegaron a atribuir a mi nombre Rolihlahla muchas tempestades que he causado, y a las que he sobrevivido. En Xhosa, Rolihlahla quiere decir coloquialmente “revoltoso”, afirmaba Mandela

“En la vida, todo hombre tiene dos tipos de obligaciones igualmente importantes: las que le reclama su familia, sus padres, su esposa y sus hijos; y las que contrae con su pueblo, su comunidad y su país. En una sociedad civilizada y tolerante, todo hombre puede cumplir con esas obligaciones con arreglo a sus propias inclinaciones y capacidades. Pero en un país como Sudáfrica era imposible para un hombre de mi procedencia y color hacer honor a ambas obligaciones.

En Sudáfrica, un hombre de color que intentara vivir como un ser humano era castigado y aislado. En Sudáfrica, todo hombre que intentara cumplir con sus deberes para con su pueblo quedaba inevitablemente desarraigado de su familia y su hogar y se veía obligado a vivir una vida aparte, una existencia en la oscuridad de la clandestinidad y la rebelión.

En un principio, no elegí poner a mi pueblo por encima de mi familia, pero al intentar servir al primero descubrí que eso me impedía hacer honor a mis obligaciones como hijo, hermano, padre y esposo.

Hambre de libertad

Asumí el compromiso con mi pueblo, con los millones de sudafricanos a los que jamás llegaría a conocer, a expensas de la gente que mejor conocía y a la que más amaba.

No nací con hambre de libertad, nací libre en todos los aspectos que me era dado conocer. Libre para correr por los campos cerca de la choza de mi madre, libre para nadar en el arroyo transparente que atravesaba mi aldea, libre para cocinar mazorcas de maíz bajo las estrellas y cabalgar sobre los anchos lomos de los bueyes que marchaban por las veredas con andar cansino. Mientras obedeciera a mi padre y respetara las costumbres de mi tribu, ni las leyes de Dios ni las del hombre me afectaban.

Sólo cuando empecé a comprender que mi libertad infantil era una ilusión, cuando descubrí, siendo aún joven, que mi libertad ya me había sido arrebatada, fue cuando comencé a añorarla.

Al principio, cuando era un estudiante, sólo buscaba mi propia libertad, la libertad pasajera de poder pasar la noche fuera, leer lo que quisiera e ir donde me apeteciera. Posteriormente, ya como un hombre joven en Johannesburgo, empecé a añorar otras libertades básicas y honorables: la de realizarme, ganarme la vida, casarme y crear una familia, la libertad de no tener obstáculos para vivir mi vida respetando la ley.

Pueblo sin libertad

Pero poco a poco fui comprendiendo que no sólo no era libre, sino que tampoco lo eran mis hermanos y hermanas. Vi que no era sólo mi libertad la que estaba en juego, sino la de todo aquel se pareciera a mí. Fue entonces cuando me uní al Congreso Nacional Africano, cuando el ansia por mi propia libertad se transformó en otra más grandiosa, que buscaba la libertad para mi pueblo. Fue el deseo de lograr la libertad para que mi pueblo pudiera vivir con dignidad y respeto hacia sí mismo lo que movió mi vida, lo que transformó a un hombre joven y asustado en un hombre audaz. Eso fue lo que convirtió a un abogado respetuoso con la ley en un delincuente, a un marido amante de la familia en un hombre sin hogar, lo que obligó a un hombre que amaba la vida a vivir como un monje. No soy más virtuoso o sacrificado que cualquier otro, pero descubrí que ni siquiera podría disfrutar de las escasas y restringidas libertades que se me concedían mientras mi pueblo no fuera libre.

La Libertad es indivisible

Las cadenas que tenía que soportar cualquier miembro de mi pueblo eran las mismas que nos ataban a todos.

Durante aquellos largos y solitarios años, el ansia de obtener la libertad para mi pueblo se convirtió en un ansia de libertad para todos los pueblos, blancos y negros. Sabía mejor que nadie que es tan necesario liberar al opresor como al oprimido. Aquel que arrebata la libertad a otro es prisionero del odio, está encerrado tras los barrotes de los prejuicios y la estrechez de miras. Nadie es realmente libre si arrebata a otro su libertad, del mismo modo en que nadie es libre si su libertad le es arrebatada. Tanto el opresor como el oprimido quedan privados de su humanidad.

Cuando salí de la cárcel mi misión era liberar tanto al oprimido como al opresor. Hay quien dice que ese objetivo ya ha sido alcanzado, pero sé que no es así.

Aun no somos libres

La verdad es que aún no somos libres; sólo hemos logrado la libertad de ser libres, el derecho a no ser oprimidos. No hemos dado el último paso, sino el primero de un camino aún más largo y difícil. Ser libre no es simplemente desprenderse de las cadenas, sino vivir de un modo que respete y aumente la libertad de los demás. La verdadera prueba de nuestra devoción por la libertad no ha hecho más que empezar.

He recorrido un largo camino hacia la libertad. He intentado no titubear. He dado pasos en falso en mi recorrido, pero he descubierto el gran secreto. Tras subir a una colina, uno descubre que hay muchas más colinas detrás. Me he concedido aquí un momento de reposo, para lanzar una mirada hacia el glorioso panorama que me rodea, para volver la vista atrás hacia el trecho que he recorrido. Pero sólo puedo descansar un instante, ya que la libertad trae consigo responsabilidades y no me atrevo a quedarme rezagado. Mi largo camino aún no ha terminado”.

Libro: “El largo camino hacia la libertad” Autobiografía de Nelson Mandela - Editorial Aguilar-Primera edición en Colombia, agosto 2010.

Credito
EL NUEVO DÍA

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