Hijo del río y de la ciénaga

Jesús Orlando Rangel - el nuevo día
Mi generación, crecida en el río Cesar, forma parte de una gallada que aprendió a buscar la comida en el kínder silvestre de los ecosistemas de la Ciénaga de Zapatosa, y creció preguntando acerca de Gaia, cuyas respuestas estaban lejos, más allá de los trópicos.

En esos playones de Chimichagua, de pureza ecológica, alguna tarde recibí mi primera lección: desnudos, con el agua hasta la cintura, corríamos dentro para asustar a la bandada de patos viajeros y obligarlos a sumergirse; y ya logrado, nosotros como estatuas, esperábamos a que se les agotara el aire e intentaran sacar la cabeza para respirar. En ese momento aparecíamos como gladiadores victoriosos y les echábamos manos por el pescuezo, la meta era que cada uno agarrara el suyo. No importaban las sanguijuelas que de manera inoportuna se metían a la cadena alimenticia succionando nuestras piernas y un poco más arriba.

Después del kinder verde me esperaba la escuela hídrica del río Magdalena, que en competencia estética con el Cesar, jugaban a los atardeceres, a las subiendas, a las canoas, a los tapones de taruyas flotantes, y competían por el número de bandadas y del mayor número de aves.

En aventura

A veces la competencia se contaba entre el volumen de peces que llamábamos “subiendas”, esporádicamente adornado con la migración del sábalo, o el número de rancherías que, de noche, con sus lámparas de petróleo, o mechones, aparecían salpicando las playas como un adelanto a las navidades.

Pero el destino nos tenía programados cursos en el mar, pedazos planetarios en donde se rompen los espacios y los tiempos, en donde los pescadores enseñan, y la naturaleza entrega de todo, hasta el riesgo, a manos llenas, entrega las ganas de hacerse al mar, como marinero o como marino, o sencillamente como polisón, es un reto.

La presencia avizora de la Sierra nos mantuvo con los pies de plomo. El espejismo bananero no fue tan fuertes como la naturaleza en vivo que nos rodeaba. Subir desde las playas áridas hasta las alturas húmedas, nos estaba marcando en el alma.

Pero para llegar al mar era victorioso ser “turista” en un barco de varios pisos, mucha carga, montones de gentes, que surcaba el río las 24 horas, por ecosistemas insospechados: selvas, montes, potreros, ciénagas, pantanos, amontonamientos veredales, la pujante Barranquilla, la zona bananera, perderle el miedo al humeante tren, montarse y, de pronto, en un instante, el mar; por la tarde, multicolor, espectáculo para cargar a cuestas durante toda la vida.

Y el mar fue el responsable de nuestra conversión en ciudadanos planetarios; horas y horas contemplando el alejamiento de las olas y las mareas, cabalgándolas, dando rienda suelta a la imaginación, soñando y despertando muy lejos.

Después del mar nos ascendieron a ciudadanos tropicales, con sus implicaciones políticas y responsabilidades globales.

Crecidos en cero metros, la diversidad de los Andes no podrá nunca, ni el insoportable clima de la sabana, menos sublime fue el intento en el Valle de la Caña, en su afán de deformación campesina, de imponer su otra agricultura, con la apariencia de una revolución verde.

Después vendrán mentes lúcidas que se inventaron la dimensión intelectual, postgrados con prerrequisitos en el pasado con la pretensión de reinterpretar el presente para transformar el futuro: desfilaron muchos, desde Marx, Engels, Mao, el viejito Ho, Fidel, el Che, Cienfuegos, Mariátegui, entre otros

La incompatibilidad con Europa, el desorden de África, el aplastante crecimiento del imperio, el hervidero de América Latina, y líderes que irrumpen y aglutinan nos obligaron a superar la fase romántica de la ecológica, y entender que ya Gaia tiene los días contados; lo cual obliga a seleccionar prioridades, más en función de sobrevivencia de la especie, que en la búsqueda permanente de un mejor estilo de vida.

El doctorado fue una acumulación de créditos sobre vivencias con tribus tropicales logradas en visitas a comunidades de la mano de Manuel Zapata Olivella, de Gonzalo Castillo, en territorio siona y coreguaje; en rollos campesinos con Camilo, en campamentos universitarios con Germán Guzmán, en complots con los disoñadores de Octavio Duque, o en los Mínimos Ecológicos diseñados para todo el país dentro de la Red de Reservas, o con la persistencia de la militancia con los voluntarios del Grupo Ecológico, con su aguerrida bandera amarilla llamada SOS. Persistencia que aún continúa con los duros de Suna Hisca, la ADC y los campesinos del Tolima.

Todo ello en una búsqueda de “otra interpretación posible” dentro de la Hipótesis Gaia al mando de Lovelock, en los múltiples espacios del Sena con Gustavo Wilches- Chaux, caminando al ritmo imposible de Mario Mejía Gutiérrez, atento a las palabras de Ernesto Guhl y Raúl Echeverry en el páramo de los Valles o trotando ideas con Goldsmith, Max Neef, Rafael Parga Cortés, José Santamarta, Delmar Blasco, Ángeles Parra y más.

Y todo ello para robustecer la síntesis en la esperanza de grado como Ciudadano Tropical en el Colegio Verde de Margarita Marino de Botero, penetrando los peladeros de Villa de Leyva, viviendo los Cien Años de Soledad con Gabriel García Márquez.

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