A Don Jaime de Zorroza y Landia - In memoriam

ARCHIVO - EL NUEVO DÍA
Morga es un pequeño municipio, difícil de encontrar en el mapa de la provincia de Vizcaya, en el País Vasco. Cerca se encuentra la ciudad de Guernica, aquella que inspiró el dramático cuadro de Picasso sobre el terror de la Guerra Civil española.

Justamente, huyendo de los estragos de esta guerra, un joven vasco de veintiséis años decidió cruzar el Atlántico en busca de una nueva vida. Llegó a Ibagué porque allí residía desde hacía unos años, su tío, el sacerdote que oficiaba en la Catedral.

Pero el destino a veces es traicionero y, en este caso, no quería dejar escapar al joven peregrino del horror de la violencia. A los dos años de haber llegado a la capital tolimense, Gaitán fue asesinado y el país entero estalló en pedazos.

Quienes antes vivían como hermanos, como ciudadanos de un mismo país, fueron radicalmente separados y el color de una bandera o el matiz de una posición ideológica podía significar la vida o la muerte. El tío de Jaime de Zorroza, fue asesinado y él se salvó de morir porque el destino aún le deparaba otros caminos.

A los pocos meses de haber llegado al paraíso, fue expulsado de este y quedó solo en un país en conmoción. Así fue el inicio del nuevo camino de este vasco que huyó del horror de la Guerra Civil.

Estas palabras se basan en las que pronuncié el 10 de junio de 2016, durante la toma del juramento a Don Jaime de Zorroza al recibir la nacionalidad colombiana.

Este camino fue arduo, difícil y lleno de avatares, como el camino a Santiago de compostela, que pasa muy cerca de Morga. Pero a pesar de estas penurias, de crear empresa y de quebrarse varias veces en el intento, Don Jaime de Zorroza logró consolidarse como un próspero agricultor.

Dos valores fueron constantes en su andar por este camino vital: la tenacidad y la caridad. El primero, le permitió perseverar y nunca rendirse ante las múltiples adversidades. El segundo, fue el norte ético de su actuar; pero la caridad entendida como el caritas, es decir, como el amor cristiano, ese profundo y sincero reconocimiento del otro, como un legítimo otro en la convivencia.

La caridad, entendida así, es diferente de la filantropía. Mientras ésta busca el reconocimiento y se suele asociar como parte de un balance social que debe ser contabilizado y exhibido, la caridad es anónima en su esencia; “que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha”, reza el dictum cristiano. Esta caridad, este amor por el prójimo, no busca un reconocimiento, y este fue el rasgo más sobresaliente de la personalidad de Don Jaime. Son múltiples las obras sociales en las que participó como promotor o como mecenas.

Además de las empresas productivas que constituyó en el Tolima a lo largo de 50 años, fue catalizador de asociaciones como Serviarroz, de instituciones de educación como el Centro Técnico y Tecnológico San José (en asocio con los salesianos), de las Aldeas Infantiles SOS para atender a huérfanos de la tragedia de Armero, así como de una entidad de microcrédito (Actuar) para apoyar a familias damnificadas por la misma tragedia. Igualmente, cada vez que pudo, apoyó a la Universidad de Ibagué.

Invirtió gran parte de sus ahorros, energía y entusiasmo a desarrollar obras de beneficio para la comunidad vulnerable de Ibagué. Fundó y sostuvo el Jardín de los Abuelos (que el próximo año cumple cuatro décadas), en donde se atiende a cerca de 170 adultos desprotegidos, financió gran parte de la construcción del barrio Santa Ana dirigido a población de estrato Dos y Tres, donó la construcción de un conjunto residencial (Tierra Grata) para 155 familias de soldados del Ejército heridos en combate, construyó con sus propios recursos la iglesia del barrio Santa Ana y, más recientemente, constituyó la Fundación Zorroza y Suárez, en la que canalizó fondos para el desarrollo de proyectos en beneficio de la población necesitada de Ibagué y sus alrededores.

Su vida como empresario, su don de gentes, carisma y sentido de solidaridad lo hicieron merecedor de varios reconocimientos que nunca buscó. La Alcaldía de Ibagué lo distinguió como “Ciudadano Sobresaliente”, recibió la “Orden al mérito militar José María Córdova” en grado de Comendador, la “Orden al Mérito Arrocero” en la categoría de Servicios Distinguidos, la distinción como empresario cívico en “La Noche de los Mejores” que organiza anualmente Fenalco - Tolima, y la condecoración “Por los valores humanos” de la Fundación Musical de Colombia, entre otros.

Don Jaime fue ejemplo de un empresario solidario con sus trabajadores y sus familias. Sus éxitos los compartió con el Tolima en donde permaneció desde que llegó, sin más recursos que su propio espíritu de superación, hace casi siete décadas. El 10 de junio de 2016, por sus aportes a nuestra región, el Gobierno le otorgó la nacionalidad colombiana.

“Buscando hacer fortuna como emigrante se fue a otras tierras …”, esta es la primera frase del Maitetxu mía, la hermosa canción de la tradición vasca, compuesta por Francisco Alonso, en honor a los emigrantes. Pero a diferencia del vasco de la canción, Don Jaime no regresó a su tierra en busca de su amada. Encontró a Ana Julia en el Tolima y con ella permaneció unido hasta su prematura partida hace pocos años. Este domingo lo ha hecho él, dejando un enorme vacío de solidaridad y amor por esta tierra.

Credito
SEPTIEMBRE 23 DE 2018

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