La ‘profe’ que enseñó y aprendió en medio del conflicto en el sur del Tolima

Crédito: Suministradas - EL NUEVO DÍA
En tiempos de conflicto armado, las maestras y maestros, se convirtieron en mucho más que faros de conocimiento, en terreno tuvieron que ser protectores de las vidas de sus estudiantes. Un ejemplo es la ‘profe Judith’, una mujer que vivió en Planadas las mejores y más difíciles experiencias de su vida.
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“Lo que a uno le decían los papás era: estudie”, recordó Francy Judith Rodríguez, una docente que desde hace décadas le enseña a leer y escribir a los niños de las zonas rurales. A cambio recibe el cariño y las risas de sus ‘hijos’, detalles que le ayudaron a afrontar situaciones que de juventud, no pensó vivir jamás.

La ‘profe Judith’ como la conocen sus estudiantes, nació en Tame, Arauca, pero por vueltas de la vida, terminó radicándose en Ibagué cuando tenía 8 años junto a su familia, por eso entre risas dice que se crió en el Tolima “a mucho honor”.

Contó que la insistencia de sus padres para que siguiera estudiando la llevaron a la Universidad del Tolima, de allí se graduó como Licenciada en Básica Primaria en 1994, “empecé hacer pinitos en Ibagué. Mi primera escuela fue La Cascada, en esa época era por OPS (prestación de servicios), era mal remunerado, pero la idea era empezar a laboral como docente”.

Como suele suceder, las expectativas y la ilusión del primer día de trabajo eran altas, por ello, Judith vistió su mejor atuendo, pues su idea era conquistar de entrada a los alumnos, sin embargo, la realidad de la zona rural fue más fuerte y rápidamente tuvo que pasar de la alegría a la angustia.

“En esa época no conocía cómo eran los caminos y me fui entaconada, bien vestida y resulta que hubo una avalancha, me tocó quitármelos (zapatos), venía una señora con un bebé en los brazos muerto, es una anécdota que me marcó. Veo que la gente en la ruralidad sufre demasiado, yo no sabía cómo era la cuestión. El bebé era muy hermoso, pero no alcanzaron a rescatarlo, fue una impresión muy dura para mí”.

Según contó la ‘profe’ en ese tiempo, La Cascada además de dar nombre al sector, era una fuente hídrica inofensiva, pero por el invierno se transformó y cambió totalmente el paisaje, dejando a su paso destrucción.

En medio del dolor que dejó la tragedia, Judith puso empeño para hacer su trabajo bajo el temor y la intranquilidad de una nueva emergencia, sentimientos que rondaron por la vereda durante varias semanas.

Con el paso del tiempo su labor como docente, le permitió recorrer el área rural de la capital Musical, una de esas zonas fue Tapias, “eran caminos muy duros, estaba muy joven y con deseos de construir tejido social en esas comunidades”.

Agregó, que parte de esa entrega desinteresada la heredó de su familia, por eso a donde llegaba la maestra obtenía como retribución el cariño de sus estudiantes, quienes terminaban convirtiéndose en ‘pequeños guardianes’ y la acompañaban en sus recorridos.

Su vocación social y el gusto por el periodismo la condujeron a dotarse de una video cámara, con la cual logró capturar las necesidades y logros que tenían las escuelas, de allí surgió ‘Notirural, una manera diferente de ver nuestra comunidad educativa’, de esta forma las instituciones conocían que estaba sucediendo en su entorno.

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Más que enseñar

En este otro mundo que se ubicaba a 200 kilómetros de Ibagué, los maestros debían cumplir diferentes roles al de la enseñanza, como el de protectores, intermediarios y hasta en confesores, “fuimos el paño de lágrimas de los niños, ellos le contaban a uno cosas que lo dejaban a uno ‘purgado’”.

Un hecho que recordó con tristeza la ‘profe Judith’ es que para los menores ver muertos en las vías era parte de la cotidianidad, “para mí no lo era, me tocaba respirar, tomar impulso, y seguir normal en medio de la situación que me encontraba, los niños me decían profe tranquila”.

Algunos días las clases fueron interrumpidas abruptamente por el sonido de los estallidos y las ráfagas, “mi deber era cuidarlos, por eso me estaban pagando, fuera de dar una clase yo tenía que cuidarlos, entre ellos y nosotros nos cuidabamos, en no dejarlos salir, tratar de distraerlos, pero ellos no se distraían fácilmente”.

La zozobra era permanente y se vivía en diferentes espacios, pues la muerte podía estar literalmente en la ‘vuelta de la esquina’, como ocurrió el 31 de octubre de 2006, cuando Judith iba por una calle y vio como en segundos le quitaron la vida a un soldado y otro cayó herido.

“Fue impresionante, al dar la vuelta habían niños, una fiesta, fue terrible, alcance a llamar a Ibagué y llorando le decía a mi mamá, que no se imaginaba lo que acaba de pasar, casi acaban con mi vida. Es triste recordar, lo llena a uno de nostalgia, me quedó una lesión de oído a raíz de una fuerte explosión que hubo”.   

Y es que la ‘profe’ es una mujer que se ganó el cariño de los padres de familia, quienes le decían que cuando estuviera ‘caliente’, es decir, se tuviera enfrentamientos en la zona no fuera a dar clases, pero ella debía presentarse en su lugar de trabajo a pesar de las adversidades, de lo contrario le descontaban el día.

“Nos tocaba dos o cuatro horas de camino, dejar las motos tiradas y empezar a caminar, pero el hecho de llegar, la felicidad estaba en los ojos y las risas de los niños, hasta los perritos me acompañaban, la gente me daba su aprecio”.

El cariño de los pequeños y  sus padres llenaban de fortaleza a Judith para sobrellevar el día a día en zona rural de Planadas, “los niños, su alegría, que participaran en clase, que aprendieran a leer era algo muy hermoso”. Entre todos lograron que el aula fuera una ventana hacia otras realidades.

“Aquí tocó una profesión dura, pero igual la hago con amor, sentido de pertenencia, porque estoy en una labor social con estos niños”.

 

Oportunidades y retos

A comienzos de la década del 2000 llegó la posibilidad de dejar de ser docente por prestación de servicios y vincularse en provisionalidad, lo que traía consigo un sueldo estable y  prestaciones sociales, “llegó una ilusión muy grande. Entré en provisionalidad en 2004 y a finales de 2005 llegué a Planadas”. 

Aunque no conocía en qué parte del Tolima se ubicaba su nuevo destino, sí sabía que el trabajo no sería fácil pues en ese entonces hablar del sur era sinónimo de zona roja, sin embargo, Judit decidió trasladarse.

“La cuestión era que tenía deudas y tenía que trabajar donde fuera, igual no conocía cómo era la gente, me dio temor, lloré cuando me enviaron para acá, llegue a laborar en el pueblo pero no me pudieron ubicar, entonces terminé en el Rubí, fue la primera escuela que conocí”.

Narró que arribó un martes, día en el que no habían funcionarios en la Alcaldía, pues era jornada de descanso, “no tenía donde dormir, no me conocían, llegue con mis cuatro maleticas, era una cuestión muy difícil”.

Eran tiempos complicados y una realidad totalmente diferente a la de Ibagué, en ese entonces en un extremo del departamento el enfrentamiento entre el Estado y grupos al margen de la ley, eran ‘pan de cada día’, las alternativas era huir o transformar el temor en fuerza.

Uno de esos días “abrí la ventana cuando de un momento a otro venía algo encendido, dije Dios mío cayó encima de nosotros, vivía en una casa de tablas, todos los días era ese mismo conflicto, el Estado no estaba en ese momento, los únicos que hacíamos presencia éramos los docentes y la mayoría éramos  de afuera”.

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Y llegó la virtualidad

Otro reto, pero en menor medida, se vivió durante el 2020 con la pandemia, año en que los estudiantes tuvieron grandes dificultades para acceder al conocimiento. Además de no contar con elementos tecnológicos, no tenían conexión a internet.

Las circunstancias hicieron que la docente con su entusiasmo se contactara con diferentes medios de comunicación de la región, para que le ayudarán a replicar el mensaje de que en el sur del Tolima, querían estudiar pero no tenían cómo hacerlo.

“Qué nos tocó hacer, buscar y rebuscar por un lado y otro, quien me donaba celulares y computadores, los niños estaban muy contentos. Les decía, cuando uno quiere hacer las cosas, las hace”.

No fue fácil dictar clases de artística y estadística a través de un celular, mensajes, fotocopias o enviando razones con los padres, sin embargo, la docente estaba siempre atenta a una llamada o a cualquier explicación que se necesitara.

Hace unas semanas, le informaron que su cargo como provisional en la I.E. Los Andes había sido ocupado por un profesional en propiedad que ganó un concurso de méritos, el mismo al que ella se presentó hace unos años, pero en el que no logró pasar a pesar del esfuerzo, el conocimiento y los sacrificios hechos durante más de 10 años.

Finalmente, Judith expresó “un mensaje que quiero dejar es que las docentes mujeres somos parte de estas comunidades, somos madres así no tengamos hijos y hemos dado la vida por nuestros estudiantes, ojalá no se les vulnere los derechos a esas madres profesoras, que el gobierno las tenga en cuenta.

“Para mí esto ha sido un cúmulo de experiencias buenas, regulares, especiales, agradables e inolvidables”.

Credito
XIMENA VILLALBA

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