El regreso de Íngrid

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Desde su rescate hace ocho años, la excandidata presidencial, secuestrada por las Farc, no se había animado a volver al país. La semana próxima estará dando una conferencia sobre la reconciliación. ¿Se quedará a hacer política?

A Íngrid Betancourt el alma le volvió al cuerpo hace cerca de ocho años, a 2.500 metros de altura. Su rostro lleno de alegría cuando los miembros del Ejército se identificaron en pleno vuelo se convirtió en el símbolo de esa victoria militar que logró arrancar los secuestrados a las Farc y a la selva.

Casi todos los colombianos recuerdan el anuncio de la Operación Jaque y la fiesta nacional que produjo la libertad de los rescatados. Esa tarde, el país enteró siguió en directo la llegada de ellos a la base de Catam. “La operación fue perfecta”, dijo Íngrid en un emotivo discurso al bajar del avión. La dirigente alcanzó ese día su mayor popularidad e incluso se llegó a especular que podría lanzarse a la Presidencia. Sin embargo, tomó un avión a Francia al otro día y desde ahí no ha regresado en forma al país.

La semana entrante Íngrid volverá a Colombia. Después del secuestro estuvo tan solo una vez en Bogotá en 2008 por un par de horas, de las cuales pasó la mayoría en la Embajada de Francia. Su regreso se debe a un foro organizado por la Fundación Buen Gobierno, que dirige Martín Santos, y tendrá seguramente un enorme peso simbólico para el momento que vive Colombia de cara al proceso de paz.

Íngrid Betancourt es quizá la víctima más visible en el mundo de los horrores que han cometido las Farc. Su foto, demacrada y encadenada, conmovió a buena parte de la humanidad sobre los vejámenes cometidos en uno de los conflictos de guerrillas más viejos del mundo. La desgarradora carta que envió a su familia ha sido uno de los pocos documentos que lograron contar desde adentro la magnitud del drama que vivían los secuestrados. “Estoy cansada de sufrir… He dado muchas batallas, he tratado de escaparme en varias oportunidades, he intentado mantener la esperanza, como quien mantiene la cabeza fuera del agua. Pero ya me doy por vencida”, escribió desde una selva a la que, según ella, difícilmente le entraban los rayos del Sol.

Por eso, llama la atención que mientras muchos colombianos rechazan abiertamente los diálogos con las Farc, Íngrid los apoye desde la distancia con tanto ahínco. Las pocas veces que ha salido a medios ha dicho abiertamente que perdonaría a las Farc a cambio de no vivir 100 años más de guerra. En una entrevista con Semana, aseguró que “hay momentos como este en que pareciera que los planetas estuvieran alineados. Todo está para que las cosas se den. Uno sabe cuándo pierde la oportunidad, pero no sabe cuándo la vuelve a crear”.

Para Íngrid esa oportunidad vale muchísimo más que los sapos que haya que tragar. No ve problema en que los guerrilleros terminen en el Congreso, pues considera que no hay mucho más para darles a cambio de dejar las armas.

“No podemos ofrecerles dinero, porque les sobra. No podemos ofrecerles armas, porque tuvieron las que quisieron. No podemos ofrecerles influencia territorial, porque tuvieron la mitad del país. Lo que tenemos para ofrecerles es la ciudadanía de ser colombianos. Para eso no solo se necesita abrirles las puertas de la política, para que nos convenzan o sean derrotados”, dijo en esa entrevista.

Algo similar piensa de la justicia, pues cree que el único propósito de ese nuevo sistema debe ser la reconciliación y la paz. Considera que los mecanismos que se acuerden no podrán ser de borrón y cuenta nueva, y que lo fundamental es buscar un resarcimiento moral de las víctimas, decirles qué sucedió, que la sociedad está con ellos y que su dolor no va a ser ignorado. Ha dicho que para ella la justicia no puede ser destructiva ni buscar venganza, pues su objetivo es permitirle al país ir hacia adelante y construir relaciones de hermandad y confianza.

Precisamente, ella ha tardado años en recuperar esa confianza. Aunque suele decir que no se siente fuera de Colombia, lo cierto es que tiene con el país una relación agridulce que la ha hecho estar por fuera durante casi ocho años. Por un lado, ella ha reconocido que necesitaba un tiempo para sanar las heridas del secuestro y recuperar a su familia. Y eso ha hecho. Se fue a estudiar un doctorado en Teología en Oxford y ha estado pendiente de sus dos hijos. La mayor, Melanie, estudió cine en Nueva York y se casó el año pasado. El menor, Lorenzo, su mamá y su hermana Astrid viven en París. Todos se ven muy a menudo y han estrechado sus lazos desde su liberación.

Para Íngrid no era fácil quedarse en Colombia, pues vivió muchos años en cautiverio y no resistía la idea de tener un complejo esquema de seguridad y vivir con miedo. Pero el ambiente del país después del secuestro tampoco la ayudó. Los primeros meses se especuló mucho sobre su regreso a la arena política. Sin embargo, cuando interpuso un recurso para buscar que el Estado asumiera la responsabilidad por su secuestro, el mundo se le vino encima. Ella ha reconocido que ese episodio la marcó profundamente, pues en cierto modo aún vivía en estado de shock por el secuestro.

“La incomprensión que generó me afectó mucho. Era como salir de una selva para meterme a otra. Me pareció muy injusto, me dolió muchísimo y eso prolongó también la posibilidad de sanar heridas”, aseveró recientemente. Todo esto sumado ha demorado su regreso.

Sin embargo, todos los que la conocen sabían que era cuestión de tiempo que llegara al país a hablar del proceso de paz. Martín Santos fue el vehículo ideal para impulsarla a tomar esa decisión, pues su papá, el presidente Juan Manuel Santos, no solo dirigió la operación que la devolvió a la libertad, sino que también fue uno de sus primeros jefes. Ambos se habían conocido en la capital francesa cuando a ella la liberaron y tuvieron una relación cordial desde entonces. Hace un mes, Martín la llamó para invitarla al foro que busca reunir a representativas víctimas de las Farc para hablar de lo que piensan del proceso de La Habana. Ella le contestó de inmediato que sí y desde ahí han coordinado todo juntos.

Íngrid no es una mujer predecible y, por eso, nadie se atreve a echar cábalas sobre si este foro significa su regreso a la política. Se sabe que estará cinco días, que se quedará en un hotel y que tendrá muchas reuniones con personas cercanas a quienes no ve hace años. También se sabe que siempre que le han preguntado ella no ha descartado volver definitivamente.

Hace un par de décadas, cuando vivía entre Europa y Estados Unidos, también decidió regresar intempestivamente. Su mamá, Yolanda Pulecio, trabajaba con Luis Carlos Galán cuando era candidato presidencial y estaba a su lado cuando le dispararon en Soacha. Como perdía mucha sangre y ella tenía su mismo tipo, O negativo, lo acompañó al hospital. Esa noche llamó a Íngrid y ella concluyó que no tenía sentido estar por fuera del país. Se separó de su marido, el diplomático Fabrice Delloye, quien no la acompañaba en la decisión de volver. Empacó maletas y regresó a Colombia.

Al principio entró al Ministerio de Hacienda, pero meses después la llamó el recién nombrado ministro de Comercio, Juan Manuel Santos. En esa cartera trabajó dos años en llave con otra asesora del Ministerio, Clara Rojas, hasta que decidieron lanzarse juntas al Congreso. La semana entrante en ese foro también se reencontrará con ella.

La conferencia de Íngrid en el foro organizado por el hijo del Presidente seguramente dará mucho de qué hablar. Será un gesto de reconciliación en un momento definitivo del proceso. Pero también encenderá polémica, una reacción a la que ella nunca ha sido ajena.

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