Bondadoso y entregado fue Jaime de Zorroza, todo un ejemplo de vida y obra para la región y el país

JORGE CUÉLLAR – EL NUEVO DÍA
Jaime de Zorroza y Landia fue el tolimense adoptivo que se caracterizó por ser un gran filántropo y empresario; dedicó sus mayores esfuerzos al crecimiento social y económico del Tolima.

De Zorroza ayudó a fortalecer la educación, la industria arrocera, luchó por una vejez digna para los abuelos y colaboró en la creación de un barrio para retirados del Ejército con secuelas de guerra, entre muchas obras benéficas más pensadas en la sociedad y sin ánimo de lucro, motivo por el que obtuvo grandes reconocimientos.

De Zorroza nació el 29 de diciembre de 1919 en Morga, Vizcaya en el País Vasco, y halló en el Tolima su hogar ideal, estas tierras cálidas disfrutaron de su presencia por décadas desde su llegada en 1946; fueron años en los que don Jaime creció en la industria arrocera y demostró siempre su espíritu altruista, ofreció empleo y generó grandes oportunidades para el Departamento.

No obstante, antes de poder dedicar sus esfuerzos al cambio social tuvo que afrontar difíciles situaciones. A sus 26 años debió abandonar su tierra natal, huyendo de la Guerra Civil, llegó al Tolima a vivir a una finca en Alvarado por el llamado de su tío Simón, quien era párroco, y quería que le ayudara con el cuidado de los predios. Pero al poco tiempo don Jaime lo tuvo que ver morir debido a la crudeza de la violencia que enfrentaba el país luego del 'Bogotazo'.

Este triste motivo, fue por el que decidió trasladarse a iniciar una vida en Espinal y empezó a trabajar sin descanso para después, con el fruto de su arduo trabajo generar progreso en la ‘Tierra Firme’. Don Jaime se destacó por ser un trabajador incansable, su perseverancia lo llevaría a formar empresas agroindustriales en el Tolima; siempre activo y aguerrido enfrentó sin miedo los retos de la vida.

Posteriormente, Saldaña sería uno de los municipios en los que construyó su industria arrocera junto con su amigo alemán Hans Klotz Knauss; no obstante, fueron tiempos duros en los que tuvieron que persistir y trabajar fuertemente para poder competir, motivo por el que decidieron vender ante la dura situación.

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Después de estar varios meses en España cuidando a su padre, regresó a tierras colombianas y de esta manera, decidiría participar de la enorme y valiente tarea de cultivar la Meseta de Ibagué. Esta decisión le traería emprendimiento, su dedicación imparable lo llevó a ser el dueño de la Hacienda San Isidro, bautizada de esta manera para rendirle honor al Santo que acompaña los agricultores, del que fue muy fiel seguidor y consideró que lo acompañó en su emprender.

Don Jaime siempre tuvo la gallardía de medírsele a lo que fuera necesario, trabajaba extensas jornadas y apoyó a los tolimenses, lo que explica el motivo de su éxito y el que sea reconocido como uno de los arroceros y agricultores más importantes de la historia del Tolima y el país. Su hacienda San Isidro ocupa gran parte de la Meseta de Ibagué, y con esta generó empleo, además de pensarse proyectos en busca del beneficio de los demás.

Dado es el caso de 'Sanidad vegetal', la empresa de fumigación que tiene presencia en distintos municipios de la región.

Y de ser uno de los fundadores de la Cooperativa Serviarroz con la que buscaba ofrecer mejores oportunidades a sus empleados, mediante proyectos de vivienda y toda una serie de actividades, “él era un hombre muy querido, amable, tranquilo, comprometido con los temas generales e interesado en el desarrollo del tema agrícola; además fue uno de los promotores de la Cooperativa Serviarroz desde la que se prestan ayudas a los trabajadores y se les brinda capacitaciones a ellos y sus esposas”, comentó Enrique Mejía Fortich, presidente Alterno del Consejo Superior de la Universidad de Ibagué.

 

Aporte a la educación

Su espíritu altruista no se agotaría fácilmente, pues una de sus preocupaciones era el futuro de los jóvenes, motivo que lo llevó a ser uno de los impulsadores y gran apoyo de la Fundación Coruniversitaria, denominada hoy día como Universidad de Ibagué, entidad con la que miles de jóvenes han podido formarse y contribuir al desarrollo de la región. Su participación en esta Institución de Educación Superior fue continua, motivo por el que a parte de ser miembro fundador, fue un gran colaborador económico.

Y es que él quería que las obras sociales llegaran a todos los sectores, siendo esta causa uno de sus grandes motores en la vida que reflejó en la contribución a las instituciones educativas como el caso del Centro Técnico y Tecnológico San José, institución pensada en la formación académica regional que ofrece convenios laborales para favorecer a las comunidades vulnerables.

 

Su familia

Los padres de don Jaime fueron Tomasa Landia y José Zorroza quienes se encargaron de formar un hogar con fuertes bases religiosas y valores. Por ende, que las hermanas de Jaime, Natividad, Esperanza y Ofelia decidieran tomar el camino de ser monjas en la Orden Monástica Católica Cisterciense; y los hermanos Arcadio y Simón, se dedicaron al sacerdocio.

Estas son más razones por las que don Jaime se destacó en ser un hombre de fe, “fue un hombre muy católico, de Iglesia, una persona que se enorgulleció de ser un buen católico y se caracterizó por ayudar a evangelizar a sus trabajadores, estaba muy pendiente de que todos recibieran catequesis y formación religiosa. Él vivió la doctrina social de la Iglesia ayudando a los demás a partir de las enseñanzas del evangelio”, comentó monseñor Miguel Fernando González, obispo Auxiliar de Ibagué.

Como si la vida lo tuviera planeado, tiempo después de su llegada al Tolima, don Jaime se enamoró de la ibaguereña Ana Julia Suárez, con quien forjó un fuerte hogar y compartió la bondad de ofrecer bienestar a los demás de manera desinteresada; irradiaban armonía, respeto y un profundo amor por Dios.

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Esa honesta fraternidad entre ellos, los haría coincidir en trabajar en su premisa del bien común al liderar grandes proyectos sociales como el caso del barrio Santa Ana en El Salado, nombrado así por Ana Julia. Con la ayuda de una constructora lograron ofrecerle cientos de viviendas a tolimenses trabajadores y como parte de la contribución donaron la Parroquia de Santa Ana, inspirada en la Parroquia del pueblo natal de don Jaime.

“Él apreciaba muchísimo a los sacerdotes, hizo una labor social muy bonita con el Jardín de los Abuelos. A él lo atendieron las hermanas vicentinas, y estando muy enfermo recibió todos los sacramentos”, agregó monseñor González.

 

El Jardín de los Abuelos

El ancianato se encontraba en el barrio La Pola, al frente de la casa materna de Ana Julia y en pésimas condiciones de infraestructura; por lo que en compañía de su esposa, y de Lucía de Castaño, esposa del gobernador de ese entonces Yesid Castaño, se propusieron la tarea de que la ciudadanía entendiera que la vejez de los abuelitos debe ser tratada dignamente.

Comprometidos con esta causa, Jaime y Ana Julia decidieron prometerse amor eterno el 10 de septiembre de 1956 en la capilla del ancianato, demostrando que su amor por las grandes causas sociales los unía más.

Tras la unión, crearon la Fundación Zorroza y Suárez, la que apoyaron con la donación del lote para la Corporación ‘El Jardín de los Abuelos’, cuando se dieron cuenta que los abuelos necesitaban un mejor lugar para vivir. Y no solamente apoyaron con las instalaciones, su solidaridad se extendió con la donación de la construcción aledaña de los apartamentos de San Isidro, para que de esta manera el Jardín siempre contara con entradas económicas y siguiera ofreciendo el mejor servicio.

El corazón de Jaime de Zorroza y Landia y su esposa Ana Julia Suárez era tan grande, que sin dudar ofrecían su ayuda a todas las personas que pudieran, como el caso de la construcción del barrio ‘Tierra Grata’, pensado en los soldados afectados por la guerra, allí tres hectáreas de tierra se convirtieron en 155 viviendas.

Además de apoyar fundaciones, corporaciones y Ong’s que promulgan el respeto y la preservación de los derechos humanos. 

“Ellos eran una pareja muy dedicada a ayudar a los demás, eran muy piadosos y entregados a la religión”, agregó Enrique Mejía Fortich.

El amor verdadero que sentía por su esposa Ana Julia Suárez, lo llevó a enfrentar un difícil duelo, desde la partida de ella en el 2011. 

“A partir del fallecimiento de ella fueron unos años muy difíciles para él, porque eran una pareja muy unida, también en las obras sociales”, contó Mejía.

La vida y obra de Jaime de Zorroza y Landia y de su esposa Ana Julia, fue un gran ejemplo de solidaridad, amor por el prójimo y bondad, motivo por el que en múltiples ocasiones fueron homenajeados por diferentes instituciones y personalidades, como el reconocimiento al ‘Ciudadano sobresaliente’, otorgado por la Alcaldía de Ibagué; la Orden al Mérito Militar José María Córdova, en el grado de comendador; la Orden al Mérito Arrocero, en la categoría de Servicios Distinguidos; la Orden Garzón y Collazos, otorgada por la Fundación Musical de Colombia o el homenaje en ‘La Noche de los Mejores’, organizada por Fenalco en el que fueron exaltados por su servicio al departamento y su gran solidaridad social.

*Fuentes escritas consultadas:

Libro: Tolimenses que dejan huella Vol. I, Crónica de un tolimense nacido en País Vasco.

Credito
LINA FONSECA

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